Decía Carmen Martín Gaite que las cosas nunca son de una manera o de otra, sólo son como nos las contamos. Por eso, muchas veces lo importante no es la historia, mil y una veces repetida, sino cómo nos la cuentan. Creo que esto es exactamente lo que sucede con Last Tango in Halifax, esa preciosa producción de BBC que merece toda nuestra atención, hoy más que nunca.
La serie, centrada en el reecuentro de Celia y Alan, dos octogenarios que deciden continuar su historia de amor sesenta años después de que ni siquiera empezara, es una madeja de experiencias vitales tan perfectamente entrelazada que, a veces, una se pregunta si es posible encontrar alguna fisura en ella. Y la respuesta es: no. Pero más allá de la perfección de la historia, dos personajes han centrado nuestra atención durante todo el camino. Estos son, por motivos más que obvios, Caroline y Kate, la pareja lésbica de la serie.
Caroline decide hacer el acto más valiente de su vida cuando está rondando los cincuenta. ¿Cual? Dejar a su marido y, de una vez por todas, ser feliz al lado de una mujer. Toda su vida ha sabido que es lesbiana, pero la sombra de su madre es alargada, y prefirió tomar el camino que ella prefería, esto es, marido e hijos. Pero cuando Kate se cruza en su camino, y sumado al hecho de que su esposo es un desastre como tal, Caroline decide que ya vale de pantomimas, y una nueva vida comienza para ella.
La manera en que nos han contado la relación de Caroline y Kate es rara, pero no por extraña, sino por poco habitual. Durante dos temporadas hemos visto como las cosas se sucedían poco a poco, con cuentagotas, al ritmo que Caroline va desprendiéndose de la coraza de su pasado. Hemos visto las dudas, los problemas, la recepción del resto de la familia, el primer beso, la primera noche que pasan juntas. Dos temporadas lentas y pausadas. O casi.
Al final de la segunda temporada se plantea una situación espinosa. Kate tiene 42 años y quiere ser madre. Siempre ha querido serlo. Pero Caroline ya tiene dos hijos, adolescentes, y no entraba en sus planes serlo una tercera vez. Pero Kate decide seguir adelante, pese a que su determinación puede acabar con su relación de pareja. Finalmente, todo sigue como nos hubiese gustado, y las dos siguen juntas. Incluso deciden casarse.
En la tercera temporada asistimos a uno de los enlaces televisivos entre mujeres más tiernos y más reales que hemos tenido la oportunidad de ver. Quizá por la edad de las contrayentes, quizá por la alegría que nos produce ver un enlace en Reino Unido, que recientemente aprobó la ley de matrimonios, quizá porque vemos que no es oro todo lo que reluce, y es un día amargo para las dos. Pero el caso es que hay algo diferente en él. Algo que lo hace especial, que no nos hace pensar que es una fotocopia de otras bodas que hayamos visto, ni que es el típico enlace que los guionistas tienen en mente cuando forman una pareja de mujeres, como hemos visto otras veces.
Pero, ay, parece que la serie ha tomado un rumbo que ni esperábamos ni nos gusta. En el último episodio se confirma lo que todas temíamos: Kate no sobrevive al accidente de coche que tiene poco después de la boda. ¿Otra lesbiana muerta? Desafortunadamente, sí. ¿Falta de imaginación de los guionistas? En este caso, al contrario que en otros, no estoy de acuerdo. Estamos acostumbradas a que cuando un personaje lésbico muere en una serie, que por otra parte no deja de ser preocupante la proliferación de estas tramas, la que fuera su pareja, de repente, pierde peso en la serie. Esta vez, sin embargo, creo que hace el efecto contrario, y es abrir toda un nueva abanico de posibilidades para Caroline.
En una serie en la que tenemos personajes de todas las edades, incluido octogenarios que ya han pasado por la experiencia traumática de perder a un ser querido, creo que la pérdida de Kate suma más que resta. Perdemos al 50% de la pareja, está claro. Pero me parece mucho más interesante explorar el dolor, con diferentes perspectivas, y la lucha de Caroline por criar a una hijo que, seamos sinceras, no quería, y que solamente es un recuerdo perenne de la mujer a la que amó, y que ya no está. Creo recordar que este asunto ha sido tratado en alguna película, pero no recuerdo ninguna serie que hable estas dificultades, y menos con una lesbiana como protagonista.
Porque este es otro asunto: no perdamos de vista que, aunque viuda, Caroline no deja de ser lesbiana. Una no tiene una orientación sexual determinada por la pareja que tiene en ese momento. Así, se acabó la historia de amor de Kate y Caroline, pero se abre la de Caroline, mujer lesbiana que ha de afrontar en solitario la maternidad de Flora Grace. Una nueva historia a la que prestaremos mucha atención.