Después de pasados doce días del estreno de la tercera temporada de Orange is the new black, debo ser de las pocas personas que todavía no la han visto entera. Las cosas que te gustan mucho en esta vida hay que hacerlas despacio, porque si no se acaban enseguida. Pero, con la cantidad de episodios que llevo, he vuelto a constatar un hecho innegable, y es que estamos ante la serie más diversa de la televisión, a años luz de las demás.
¿Cuantos personajes principales tiene la serie? ¿Quince? ¿Veinte? ¿Todos menos Alex y Piper, o las contamos también? La habilidad de entrecruzar las historias de un grupo tan extenso y tan diverso es verdaderamente admirable, un ejercicio de guión que merece, cuanto menos un aplauso. Pero si hay algo que me parece que hay que destacar de la serie es la capacidad de crear tantos personajes, tan diferentes entre si, y hacerlo de una forma tan profunda y completa.
Dentro de cómo se organizan dentro de la cárcel los personajes, está más que claro que lo hacen por etnias. Los dormitorios están separados así, no sé muy bien el motivo, no sé si es algo que eligen ellas, o algún tipo de organización externa. Y dentro de cada grupo, las componentes del mismo tienen unas diferencias muy marcadas entre si, que gracias al soporte que nos dan los flashbacks, ayudan a tener una visión tridimensional del personaje. Pero no vengo a hablar de esto en realidad, o no así. Vengo a hablar de la diversidad en Orange is the new black, pero desde la perspectiva croqueta del asunto.
Para los miembros del colectivo LGBT, es una maravilla ver cómo en una serie que tan buenas críticas recibe, que tiene tanta audiencia y tanta repercusión, la visibilidad del colectivo es tan amplia. Tenemos lesbianas, tenemos gente que no quiere etiquetarse, tenemos transgéneros. Y en ningún momento eso se convierte en el aspecto principal del personaje. Alex Vause es lesbiana, pero en esta temporada estamos explorando sus miedos, su lado más débil, que en ningún momento tiene que ver ni con salidas del armario ni con nada similar. Sophia es transgénero, y pese a que eso afecta a su trama principal, sus preocupaciones para con su hijo, tiene mucho en común con la trama de Gloria, mujer y heterosexual. Eso es normalidad, y no otra cosa.
Por otra parte, parece que un juguete sexual es el claro ganador en la ficción de este año, y viene de la misma mano que nos trajo el destornillador en la primera temporada de esta serie. Hablo del arnés, que tuvo su protagonismo en Sense8, y que en el flashback de Big Boo también es usado, solo que con un contexto y un significado completamente diferente del que veíamos en la serie de los Wachowski. Mientras que ahí creemos que significa confianza, aquí significa masculinidad y empoderamiento, aquí marca bien claras las diferencias entre una lesbiana butch y su pareja, menos butch. En este caso, es un elemento más del juego de roles al que Big Boo juega, alejándose de los estándares sociales de la mujer, y acercándose más a su propia imagen de mujer. A la suya, y a la de miles de mujeres más, partes de la comunidad que, o bien son olvidadas en las ficciones, o bien se muestran como algo poco deseable para tu hija.
Muchas veces, en esta sociedad tan marcadamente machista que tenemos en muchos aspectos, se presenta la relación, y el sexo, entre dos mujeres como algo placentero para el ojo masculino. Mucho me temo que pocos hombres habrá que se hayan quedado embobados con esta escena. Pero que haya aparecido es fundamental, porque si queremos contar relatos verdaderos, fieles con la realidad, no podemos darle la espalda completamente a una parte de la historia. Si lo contamos, lo contamos todo. Si no, estamos haciendo un teatro, algo más parecido a un esperpento que al día a día.