Es Navidad y parece que todo el mundo habla de amor. Si no se hubiera ido la luz en la finca en la que vivo, si no nos hubieran hecho un “puente” para devolvernos la electricidad, si continuara funcionando la antena de televisión, probablemente la tele estuviera puesta en casa y yo vería, con desgana, retazos de una película que hablara de amor. La vería sin mirar, sintiendo el amor que tengo alrededor, pero sobre todo sintiéndome herida por el amor que no tengo: por esas llamadas —que cruzaban kilómetros— que no llegarán este año, por los kilómetros que no recorreré yo para ver a personas que se quedaron a atrás, por el mar Mediterráneo que meció mis días las navidades pasadas cuando me sentía ya al borde del precipicio.
Por eso, por el amor que no tengo y por el amor que me llena, no quiero hablar de amor, sino de palabras.
Hay palabras difíciles de pronunciar. La palabra “novia” quizá sea una de estas. Cuando mi madre quiere preguntarme si salgo con alguien, utiliza la palabra “amiga”. “¿Es tu amiga?”. Y yo la entiendo y no la rectifico diciéndole que amigas tengo (pocas, pero tengo), pero que no salgo con ellas. Que ella lo que quiere decir es si tengo novia, igual que utilizó esa palabra años atrás, remarcándola mucho, arrastrando las vocales y enfatizando la bilabial, cuando hablaba de la chica con la que estaba mi hermano.
Ese podría ser uno de los “indicadores de normalización” que usaran los ayuntamientos, por mencionar alguna institución, para medir el grado de “aceptación”, de tolerancia, de no diferencia, de toda la ciudadanía con respecto de la comunidad LGTB. Yo, que me dedico a la enseñanza, lo instauraría también como indicador de evaluación de los centros educativos. Dejaría a un lado el volumen de suspensos, los resultados en competencias básicas, el número de graduados… y me fijaría en todos los alumnos y profesores, sobre todo profesores, que con capaces de emplear el término novias para describir la relación entre dos mujeres y que renuncian a las miradas despectivas y a la burla fácil, e incluso a las miradas condescendientes, cuando se cruzan con un hombre “de la acera de enfrente”.
Suspenderían muchos institutos, me temo, especialmente quizá en el sector del profesorado, porque es difícil pronunciar aquello que no se comprende. Y la palabra “novia” es difícil de comprender.
Esa es la otra cara de la moneda. Ese es el otro motivo por el que hay palabras incómodas, difíciles, que infunden miedo. En esta sociedad efímera, de “efimeridad” (sustantivo claramente inventado, pero idóneo en este caso), en la que el valor del compromiso parpadea como una batería de obsolescencia programada, la palabra novia se atraganta también en las gargantas propias, no solo en las ajenas. “¿Y qué es para ti una novia?”, me preguntaron hace un par de días. Y creo que justamente olvidé mencionar el compromiso. Hablé de compartir, del deseo, de la confianza, del amor en definitiva (pero he dicho que no os iba a hablar de amor); pero no mencioné la capacidad de comprometerse con alguien, de entrar en su vida y de permitir que entre en la tuya, con respeto, con delicadeza: de la mano.
Yo sí puedo pronunciar la palabra “novia”, como pronunciaría bien alto, con orgullo, las palabras “mi mujer”. Entonces aún habría cabezas que se giraran para mirarme y miradas demasiado atentas y más de un indicador de normalización suspenso; pero también habría compromiso, felicidad, amor.
Sin embargo, como os he dicho que no iba a hablar de amor, continuaré dedicada a estas páginas, que a vosotras os llegan a través de la pantalla, pero que para mí son una libreta de papel reciclado (y manchado de tinta negra) que me regalaron en el primer colegio en el que trabajé. Una libreta en la que soy yo misma y en la que os esperaré, como los versos de Lluís Llach que la preludian, hasta el año que viene.
Si me dices adiós,
quiero que el día sea limpio y claro,
que ningún pájaro rompa la armonía de su canto.
Que tengas suerte
y que encuentres lo que te ha faltado
en mí.
Si me dices “te quiero”,
que el sol haga el día mucho más largo,
y así, robar
tiempo al tiempo de un reloj parado.
Que tengamos suerte,
que encontremos todo lo que nos faltó
ayer.
Lluís Llach (traducción mía). Podéis escuchar la canción entera aquí: