Cuando hablamos de violencia dentro de la pareja automáticamente se nos viene a la cabeza una pareja heterosexual, pero eso no quita que las homosexuales no se vean afectadas por esa lacra. Aún sin darse las relaciones de poder, más propias de aquellas formadas por un hombre y una mujer, la violencia existe también en las parejas compuestas de personas del mismo sexo.
Cuando hablamos de esta clase de violencia en parejas del mismo sexo, hablamos de violencia intragénero o doméstica, y es la que se ejerce, de forma física o psíquica, sobre quien es o ha sido la pareja, aún sin existir convivencia. En ningún caso podemos usar aquí el término “violencia de género”, ni siquiera entre parejas de lesbianas, porque, aunque la víctima sea una mujer, es consecuencia de la histórica subordinación del género femenino sobre el masculino y únicamente puede ser ejercida por un hombre.
Según los últimos datos de un estudio realizado por Cogam, el 30% de los homosexuales reconoce haber ejercido violencia sobre su pareja, mientras que el 60% reconoce haberla sufrido. Los datos son alarmantemente altos pero aún así, no es un tipo de violencia que llegue a los telediarios ni del que exista ningún tipo de concienciación en la sociedad.
Desde el punto de vista penal, aunque en los últimos tiempos se ha incrementado la protección ante la violencia doméstica, todavía no es suficiente. Las víctimas carecen de prestaciones, asistencia y apoyo institucional específico para este tipo de violencia, y al no existir protocolos propios que se activen al llegar este tipo de casos a los juzgados, como sí sucede en caso de violencia de género, las órdenes de protección no se adoptan con la celeridad que deberían.
Estamos ante una realidad invisible contra la que es necesario luchar, pero para ello necesitamos unas medidas legislativas y unos medios materiales con los que, al menos todavía, no contamos.
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