Podéis enviar los textos que queráis (preferiblemente que no incluyan ninguna imagen) a la dirección de correo que figura en el banner, con el asunto “La croqueta libre”. Los textos se leerán para escoger, pero no se editarán. Es decir, que si tu texto se ajusta a la temática de la web, lo publicaremos, pero sin corregir las posibles faltas. Los textos deben ir firmados con nombre o seudónimo. ¡Ah! ¡Y un título!
Ese día, quizá fue el único, hizo sol en Viena. Tu pelo formaba parte de ese espectáculo que las copas de los árboles intentaban mitigar sin éxito, y mientras, yo, con todo mi esfuerzo arrancaba mis ojos de ti, dirigiéndolos con desgana a esa tal “nueva chica de la universidad”. Entonces, de tus labios sale un nombre, de tus labios de nuevo, la geografía que llevas en tu ADN y resultas ser tú, aquella a la que me van a presentar. Frente a tu país y a tu voz me hago pequeña en un terreno desconocido y en un momento de nervios desvío mis ojos de los tuyos, que han cerrado sus pupilas por el alarido de luz. Y no es propio de mí, andarme en esos detalles…
Y por eso, aquello no fue todo. Otra mitad mía despertó al encontrarse detrás tuya observando sin disimulo tus caderas, y tan obvio fue, que puse las mías a la par.
Y aunque estas cosas no me pasan siempre, viniste sin pedirlo. Y sí, el primer día ya dibujé la silueta de tu cara en la parte posterior de mi cuaderno. ¿Cómo podía ser? Me volviste ingenua otra vez. Sin intención de conseguir nada, nada más que de mirarte como te había encontrado, como nadie más podía adivinar y disfrutar con lo que nadie más parecía conocer, como un secreto que se escapaba de mi control.
De aquellos rayos que atravesaron tu pelo, alguno debió quedar en mi pupila clavado, una pequeña chispa, que me nublaba todo lo que se alejara una milésima de ti y que me penetró bien adentro pero como un fuego que no prende. Si no hay nada más, si solo son tu cuerpo y tu rostro, ¿cómo me dejaste tan llena?
En pocas horas tenía estudiada tu manera de caminar; tu manera de bailar algo insegura: tu perfecto culo que se enfundaba en una tela que deseaba apartar; tus manos con las uñas cortas que sujetaban siempre alguna copa; tus labios finos y entre abiertos por tus dientes, que siempre simulaban una conversación; y tu pecho que dejaba adivinar su tacto a través de tus finas camisas, a veces incluso tras un par de cervezas creía adivinar su sabor.
No echaba de menos la torpeza de mi mente, ni mis celos de cualquier semoviente alrededor tuyo, ni la simple felicidad de la pura contemplación: Sin que nada avance, salvo mi conocimiento de tus pocos lunares. No echaba de menos nada de eso, solo el sexo, desde que vi tu cuerpo.
No me perdí detalle, ningún día de ti, incluso tras el terrible incidente, incluso mucho después. Y qué tendrán ellos que no tenga yo. Tu dijiste: “son las personas”, y aunque te reías y te encantaba escucharme, tu completa atención y los nervios de tu estómago jamás me hubieran pertenecido. Porque quizá, aquello no entraba en tu cabeza, porque quizá para que te entrara tendrías que haberme visto a mí, como yo te vi a ti el primer día…
Luchando contra las sombras de los árboles, de Viena y de mi mente, y modificando cada una de las partículas de mi cuerpo, llevándolas a ebullición en el país que más frío me ha dado. Así entraste, así te has quedado, porque permaneces… Aunque no seas tú, aunque tu imagen sea mía, aunque sea un espejismo, al fin lo entendí, por eso no le puse nombre.
Porque nunca serás mi nada, y así lo deseo, y un día probablemente nos veamos y solo saludemos con la mano. Pero antes, en una mañana de septiembre, al comienzo de aquel Erasmus cambiaste algo… aunque no te lo hayas quedado.
.-Joanne Cleis