¿Os habéis preguntado alguna vez de donde viene el término homosexual? Pues creo que os interesará saber que el término “homosexual” nació a finales del siglo XIX. Etimológicamente es un término híbrido que une las palabras “homo”, del griego antiguo, y “sexualis”, del latín. Homo en griego no significa hombre, sino igual, similar o equivalente; el simple hecho de que se crea que “Homo” proviene del latín, donde sí que significa “hombre”, ha conllevado que se extienda una creencia errónea sobre el término.
“Homosexual” es un término que inventa uno de los pioneros del movimiento, el escritor y poeta húngaro Karl-Maria Kertbeny en 1869 para referirse a las practicas sodomíticas entre hombres, y que popularizó el psiquiatra alemán Richard Von Kafft-Ebing gracias a su libro “Psychopathia Sexualis”. ¿Y nosotras donde quedamos? Pues hay que buscar bastante, porque por aquel entonces aún se creía que las mujeres éramos todas seres de luz que de cintura para abajo ni sentíamos ni padecíamos.
Tanto los griegos como los romanos describían la tríbada como una mujer que penetraba sexualmente a otras mujeres con un falo artificial (como para pensar que el dildo es un invento moderno) o la imaginaban con un clítoris lo suficientemente grande como para hacerlo. El termino tribadismo se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX como una denominación bastante peyorativa de la homosexualidad femenina, aunque a finales del siglo XIX se empezó a popularizar el termino lesbianismo, de carácter más literario.
Aunque la mayoría de culturas antiguas ha considerado a las lesbianas inexistentes, podemos encontrar referencias bastante simpáticas:
Las “orgías” femeninas eran ritos sagrados que culminaban los Misterios tras la siembra, en honor de las grandes diosas lunares (Demeter, Ceres o Cibeles según corresponda a cada cultura). Consistían en un banquete en el que solo intervenían mujeres, presididas por una sacerdotisa u Orgiasta, donde se cometían toda clase de “excesos”, tales como el uso de bebidas embriagadoras y la presencia de falos llevados por unas sacerdotisas llamadas “fallóforas”. Estas mismas sacerdotisas, para asegurar la fertilidad del sembrado, eran las encargadas de tirar de los carros de bueyes, y de ahí que se les llamase boyeras, término que con el tiempo ha degenerado en el megaconocido “bolleras”. Sí, lo sé, todas preferís pegaros un atracón de dulces antes que andar arrastrando un carro por los campos, pero, sintiéndolo mucho, esto es lo que hay. Nada que ver con tiernos pastelitos rellenos de crema.
La siguiente referencia interesante la encontramos en la Grecia clásica. ¿A quién no le suena el nombre de Safo? Pues Safo fue una poetisa que nació en la isla de Lesbos hacia el 612 a.C. Formó una academia en la que se adoraba a Afrodita y a las musas. En esta academia las chicas, además de la educación típica que las preparaba para ser esposas y amas de casa, recibían instrucción religiosa y artística. Se dice que Safo promovió el amor entre mujeres, tuvo más de un escarceo con alumnas de la academia y además fue la primera en escribir sobre la belleza de las mujeres. Lo malo es que le dio por enamorarse de una jovenzuela de la academia (¡BOLLODRAMA ALERT!) y al no ser correspondida, se tiró al mar (os lo dije. Un drama todo).
Con tanta damisela suelta dispuesta a ser guiada espiritualmente, la edad antigua era un momento estupendo para hacerse sacerdotisa
A las mujeres se nos ha perseguido por adúlteras o por prostitutas, pero no por nuestra orientación sexual. Nos han marginado por omisión más que por persecución. Y aunque esta omisión nos ha podido beneficiar, también ha hecho que durante mucho tiempo no se reconozca nuestra existencia, de ahí la necesidad de hacernos visibles.