Tras la victoria aliada en al Segunda Guerra Mundial, en Estados Unidos hubo un verdadero pánico a que, tras vencer a nazis y fascistas en esa contienda, Rusia se convirtiera en la potencia hegemónica y, con ello, el comunismo desplazara al capitalismo, al “estilo de vida occidental” del que Estados Unidos hacía gala. El odio a todo lo que sonara socialista o comunista culminó con la persecución que el Senador Joseph McCarthy inició contra todas las personas sospechosas de ser pro rusas, en una caza de brujas que llevó a muchas personas a exiliarse de Estados Unidos, o a tener que delatar a compañeros del Partido Comunista. El terror rojo duró hasta mediados de los años cincuenta, y es un hecho bien conocido de la historia contemporánea. Pero, paralelamente a esto, el mismo Senador desarrolló una campaña contra personas LGBT: el Terror Lila (Lavender Scare)
Veréis: durante esta época, en la que todavía no se tenía clara cual iba a ser la configuración del mundo tras la Guerra, la política internacional era una cosa tensísima, y los dos bloques, encabezados por Estados Unidos y Rusia, estaban dando los primeros pasos para la Guerra Fría, esa tensión que duraría hasta 1991. Esto, sumado a la paranoia de McCarthy, dio lugar a que este denunciara que había personas homosexuales infiltradas en el gobierno y que representaban una amenaza igualmente grave para la seguridad nacional.
El temor era que estas personas LGBT pudieran ser chantajeadas para revelar secretos de Estado, y resultó en una campaña sistemática para identificar y eliminar a todos los empleados del gobierno sospechosos de homosexualidad. Esto derivó en que muchas personas abiertamente LGBT, o incluso sospechosas de serlo, fuera despedidas de sus puestos de trabajo estatales, como el ejército, o cualquier que fuera su función pública. De hecho, hace poco te contamos la historia de Helen, a quien licenciaron del ejército en 1955 por ser lesbiana.
En el verano de 1950, un comité del Senado de EE. UU. Investigó “el empleo de homosexuales y otros pervertidos sexuales en el gobierno”. Aunque no pudieron descubrir ni un solo ejemplo de un ciudadano estadounidense homosexual que hubiera revelado secretos por medio del chantaje, escribieron un informe que afirmaba que los homosexuales y las lesbianas exhibían un carácter moral débil y tenían una “influencia corrosiva” sobre sus compañeros de trabajo. “Un homosexual puede contaminar una oficina gubernamental”, concluyó el informe del Senado. Pero esto sólo acababa de empezar.
En 1953 resultó elegido el presidente Eisenhower, que firmó la orden ejecutiva 10450, por la que se regulaba de manera más detallada el acceso a puestos del gobierno, y que por primera vez incluyó la “perversión sexual” como motivo de despido o no contratación. Las agencias establecen nuevas políticas y procedimientos para detectar y eliminar hombres y mujeres sospechosos de ser homosexuales, lesbianas o bisexuales. Los solicitantes fueron entrevistados personalmente para buscar signos sutiles de homosexualidad, y se hablaba de la “culpabilidad por asociación”, o lo que es lo mismo, que si en tu círculo de amigos había personas homosexuales, tú también podrías serlo. Imaginad: agencias de policía dedicadas en exclusiva a saber si te relacionas con personas no heterosexuales, acosándote en tu vida diaria.
Por supuesto, este nivel de presión se extendía también al resto de la sociedad, que veía en las personas LGBT una amenaza a la seguridad nacional y a los valores norteamericanos. También se usaba la orientación sexual de los políticos como arma arrojadiza y de chantaje por parte de sus oponentes. Resulta curioso cómo uno de los principales artifices de esta campaña, el ayudante de McCarthy, Roy Cohn, era homosexual, y murió por complicaciones relacionadas con el VIH en 1986.
La primera voz que se alzó contra esta situación fue Frank Kameny, que fue despedido de su posición como astrónomo del ejército de Estados Unidos, en el servicio de cartografía en Washington. Llevó su caso a la Corte Suprema, y articuló la idea, revolucionaria entonces, de que estaba siendo tratado como un ciudadano de segunda clase, y no como un ciudadano estadounidense. Argumentó que la discriminación contra los homosexuales era “no menos ilegal y no menos odiosa que la discriminación basada en motivos religiosos o raciales”. Esto no era un problema de moralidad o seguridad nacional, sino de derechos humanos. Kameny siguió toda su vida luchando a favor de los derechos LGBT, y fue el primer candidato abiertamente gay al Congreso de los Estados Unidos.
¿Cómo terminó esta ola de acoso gubernamental? Pues como suelen terminar: con la acción de la justicia. Poco a poco, y tras varias sentencias que daban por inverosímil que la orientación sexual de una persona supusiera una amenaza para la seguridad nacional, las personas LGBT fueron logrando pasos hacia la igualdad. El último escalón fue la derogación en 2010 de la doctrina Don’t ask, don’t tell por el presidente Obama, por la que el ejército estaba obligado a no preguntar a un soldado por su orientación sexual, pero éste estaba obligado a no revelarla en público.
El Director Ron Howard realizó el año pasado un documental sobre este asunto, llamado The Lavender Scare, narrado por Glenn Close. Si tenéis la oportunidad de verlo, es más que recomendable.
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