Una noticia copó ayer los periódicos y las redes sociales de todo el mundo: Mark Saltzman, guionista de Barrio Sésamo, contaba que cuando escribía sus tramas pensaba en Epi y Blas como pareja, tomando como ejemplo a las cosas cotidianas que les ocurrían a él y su novio. Horas después Sesame Workshop, la organización sin ánimo de lucro detrás de la serie infantil, lanzaba un mensaje sobre el que merece la pena reflexionar.
Please see our statement below regarding Bert and Ernie. pic.twitter.com/6r2j0XrKYu
— Sesame Workshop (@SesameWorkshop) September 18, 2018
[El mensaje ha sido borrado, pero la traducción era esta] Como siempre hemos dicho, Bert y Ernie (Epi y Blas para los hispanoparlantes) son mejores amigos. Ellos fueron creados para enseñar a los niños más pequeños que las personas pueden ser amigos con los que son muy diferentes a ellos. Aunque los dos se identifican con personajes masculinos y poseen rasgos masculinos y características humanas (como la mayoría de personajes de Barrio Sésamo), siguen siendo marionetas, y no tienen orientación sexual.
Lo que de manera inconsciente, o muy consciente, quiere decir Sesame Workshop, es que Epi y Blas no tienen orientación sexual homosexual. Esa que hay que aclarar, que no se nos presume predeterminada, y que no es la imperante en el barrio de las marionetas, donde podemos ver familias compuestas por padre, madre e hijos, noviazgos como el de Gustavo y Peggy, y esa misma Peggy echándole los trastos a cuanto hombre se le ponía a tiro.
Así como un actor blanco no es más que un actor, una pareja heterosexual es simplemente una pareja. La palabra heterosexual jamás se nombra en ninguna parte cuando se muestran ejemplos de estas relaciones, porque lo que es norma no merece un apellido. Esto es una muestra más de cómo de imbricada en la sociedad está la creencia de que formar parte del colectivo LGBT tiene que ver solamente con la parte sexual de las personas, y por eso no se puede enseñar a los niños que hay algo más además de las parejas heterosexuales, porque eso significa, automáticamente, sexo. Y el sexo, claro, no se debe tratar con niños, porque es cosa de adultos.
Pero sucede que ser LGBT, que ser lesbiana o gay, o trans, o bisexual, o asexual, no tiene que ver sólo y exclusivamente con mantener relaciones sexuales o no. Las personas tenemos una identidad que va más allá de con quién durmamos o dejemos de dormir, como así sucede con las personas heterosexuales, a quienes se les atribuye una tridimensionalidad que va más allá de quién sea su pareja, o en el caso de que no la tenga, a qué género o géneros desea.
Al no enseñar a los niños que existen otras identidades, con la excusa de que eso tiene el sucio componente que siempre se le atribuye al sexo, se les está cercenando la posibilidad de poder explorar la suya propia de manera sana, sin miedos ni temores, y de crecer siendo felices, sin perderse nada por el camino. Las personas que hayáis salido del armario más tarde de vuestra adolescencia estaréis pensando en cómo podría haber sido vuestra vida si hubierais podido desarrollar esos sentimientos que teníais entonces. Cómo habría sido vuestra vida de diferente.
Al ver en sus series favoritas a personajes LGBT, los niños no adoptan esas identidades como suyas, porque simplemente eso es imposible. Una mujer lesbiana descubrirá, tarde o temprano, que le atraen las mujeres, por pocos referentes que tenga. Y, por eso mismo, una chica heterosexual puede ver con total normalidad a un personaje lésbico en una serie, y no por eso va a intentar lanzarse al cuello de su amiga. Las orientaciones sexuales no funcionan así, me temo. Pero lo que sí aprenderán esos niños es a ser adultos que respeten la diversidad, a los que no son como ellos, en su caso, y en otros a que no pasa absolutamente nada si al final resulta que sí, que la que te gusta es tu amiga. Y eso es una lección de vida importantísima que debemos enseñar a los más pequeños, en aras de su propia felicidad.