La tan esperada Elisa y Marcela ya ha llegado a todos los televisores con una suscripción a Netflix y a algunas salas de cine. La última producción de la plataforma de streaming llega en el mes del Orgullo para acercarnos a quienes fueron Elisa y Marcela, dos mujeres que forman ya parte de la historia, de nuestra historia.
Dirigida por Isabel Coixet, Elisa y Marcela, un proyecto que lleva cociéndose en la mente de la cineasta durante muchísimos años, está protagonizada por Natalia de Molina y Greta Fernández. La primera se pone en la piel de una Elisa más que correcta, pero es la segunda la que verdaderamente deslumbra en su papel de Marcela.
Intimista y sincera, así se podría definir la película que cuenta la historia de estas dos mujeres gallegas que contrajeron matrimonio en una pequeña localidad de A Coruña, allá por el 1901. En blanco y negro y a través de unos planos y encuadres maravillosos, la historia mantiene un buen ritmo narrativo durante todo su metraje. 129 minutos en los que consigue captar bien el amor y el deseo femenino que surge entre Marcela y Elisa y, aún a pesar de que, en ocasiones, peca de cierta falta de intensidad y emotividad.
Con una historia que abarca tantos acontecimientos, me resulta comprensibles ciertas decisiones tomadas por Coixet de no detenerse en ciertos aspectos, como el proceso de aceptación de la sexualidad de las protagonistas, por el bien de la historia que ella nos quiere contar. Y en cuanto al final, que omite ciertos eventos y altera ligeramente otros, nos da una conclusión que, como espectadores, encontramos mucho más satisfactoria.
Si bien no estamos ante la mejor película lésbica de todos los tiempo, tampoco es, ni de lejos, la peor de todas. Elisa y Marcela cae en el medio. Es una película interesante, con un puñado de virtudes y de defectos, que recomiendo a todas aquellas que quieran conocer o descubrir la fascinante historia de estas dos mujeres.