En 2011 se estrenó American Horror Story, la primera aproximación de Ryan Murphy al género del terror. Yo caí en su trampa porque 1. Popular y Nip Tuck son series que otra cosa no, pero es imposible que te dejen indiferente y 2. en ese momento estaba saliendo con una chica que era muy fan y, como mandan las normas de las relaciones lésbicas a distancia, había que ver una serie a la vez y comentarla y todo esto. Desde entonces mantengo una relación de amor-odio con todo lo que hace este señor. Y es que, básicamente, me encantan las premisas pero la ejecución siempre, siempre me decepciona.
Esto es exactamente y para sorpresa de nadie lo que ha ocurrido con la última temporada de American horror stories, que he medio visto de fondo mientras trajaba, pero sobre todo con el episodio 2×04, que es el que muestra una pareja de chicas. Estamos en 1757, donde la viruela devasta una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra. Un hombre llamado Thomas (Cody Fern) y su hijo pequeño Edward (Ian Sharkey) están de duelo por la pérdida de la matriarca de su familia, Rachel, después de haber enterrado también a dos de las hermanas de Edward. Como en las historias de terror clásicas, entra en juego un fanático, el nuevo Pastor, interpretado por Seth Gabel, que es también el que sirve de gancho para presentarnos a una de las protagonistas, Celeste, una antigua vaquera (no como John Wayne, una vaquera de tener vacas) que cree que está ungida por San Lázaro y es capaz de curar la viruela. Cabe decir que Celeste tiene el cuerpo lleno de pústulas, y, creedme, no es algo que pase desapercibido para el espectador.
En el pueblo tenemos a otra vaquera, Delilah (Addison Timlin), una mujer extraordinariamente avanzada a su tiempo, que tiene teorías científicas propias que no se alejan demasiado de la realidad y, además, es croqueta porque las más listas siempre son croquetas. Cuando Celeste tiene que huir porque el Pastor se empeña en que es impura y mentirosa, algo que hace para tapar que él acudió a su casa buscando sexo, ella se refugia en la vaquería de Delilah. Por un grio de guión bastante gratuito, no nos engañemos, las dos mujeres se enamoran y juntas llegan a la conclusión de que la viruela de la prostituta la ha contraído por trabajar con vacas, y que eso hace que no se infecte con la viruela humana, mucho más letal.
Dos mujeres descubriendo el amor y las vacunas. No me digáis que no es bonito.
Por supuesto, el resto del pueblo prefiere seguir el dictado del Pastor, que consiste en comer corazones de personas muertas. Ah, good old canibalism. Caos, destrucción, niños endemoniados, y… las dos acaban muertas.
No querría yo caer en la queja continua de que, joder, siempre que hay una pareja de mujeres entre un 50 y un 100% de la misma acaba en el hoyo, pero es que ya estamos muy lejos de la línea que hace esto medio aceptable. Que ya, que en esta historia muere hasta el apuntador, pero las lesbianas también. Como casualmente en todas las historias de Murphy, en las que las mujeres LGBT caen como moscas de mil maneras diferentes. Estoy aburridísima de que a todas se les de el mismo final, y aunque sé que es mentira y volveré a caer en sus tramposas redes, yo he terminado con Ryan Murphy. Al menos, de momento.