En una época en la que todavía no existía la chupipandi de The L word, ni Alex Vause, ni Ellen, ni siquiera Carol y Therese, se publica El pozo de la soledad de una tal Marguerite Radclyffe Hall, John para los amigos.
Corre el año 1928 y, como estas cosas suelen causar un revuelo inadmisible en la sociedad, termina prohibiéndose por obscenidad. Ah, ¿que hay escenas cochinas en el libro?, os preguntaréis ojipláticas y ansiosas por haceros con un ejemplar. Pues no. Siento quitaros la ilusión, chicas, pero no. Hay alusiones muy sutiles pero no hay chicha, chicha. ¿Y entonces? ¿Qué hay de obsceno? Hay chicas. Chicas a las que le gustan otras chicas. Lo sé. Como decía Raphael, escándalo, es un escándalo.
A pesar de la prohibición, como a la gente le gusta el morbo más que a un tonto un lápiz, El pozo de la soledad fue un best-seller y, durante décadas, no sólo el libro bollo más conocido, sino que fue considerado como “La biblia del lesbianismo”, por lo íntimo y personal que resulta a pesar de ser ficción.
Como un hombre ama a una mujer, así es como yo amé… Y fue maravilloso, maravilloso, maravilloso…
Stephen es nuestra heroína, compleja y complicada como buena croqueta, y un pedazo de pan al que hay que querer sí o sí. Alguien que se convirtió en referente cuando no había ninguno y con quien pasamos cosas de todos los colores. La conocemos desde el momento en que llega a este mundo en el seno de una familia de clase alta inglesa y no la soltamos hasta ya entrada su edad adulta, en París. Oh, la là.
Desde su más tierna infancia, es una niña incomprendida que no encuentra su lugar en una sociedad que no entiende ni hace por entender y, ese sentimiento de desafección, no hace más que agrandarse a medida que comienzan a manifestarse y a comprender sus sentimientos hacia otras féminas. La historia se centra en su lucha interna por conseguir ser aceptada sin tener que sacrificar quién es, pero la cosa no acaba ahí, porque también hay chicas de traje, bollodramas, heterocuriosas, guerras, escenas en la campiña inglesa, en el París de principios del sXX, salidas del armario dramáticas, otras cosas también tela de dramáticas, amoríos y problemas familiares.
Una novela de época, con sabor añejo, cuyos puntos fuertes son una prosa muy cuidada, sus tintes autobiográficos y unos personajes muy humanos y con muchos matices. Especialmente, Stephen, resulta tan fácil identificarse con ella que la letra canija del libro no se hace canija en ningún momento. En resumen, que el libro es canela.