Glee es un caso curioso en la historia de la televisión: pocas series nos han hecho pasar por las cinco etapas de duelo TANTAS veces como ella. Sufrimos la negación, pensando “no, no puede ser que hayan hecho ESTO”; por el odio, centrado en Ryan Murphy; por la negociación con nosotras mismas, cuando veíamos la serie pero solo las escenas de Brittana; la depresión, al ver que todo lo que vino después del episodio cien era una castaña; y, finalmente, por la aceptación: Hay que dejarla ir, es su final. Pero, después de ver los dos primeros episodios de la sexta, quizá la despidamos con más lágrimas de las que pensábamos.
El 6×01 y el 6×02, emitidos juntos la pasada semana, tienen más que destellos de aquella brillantez que nos enamoró. Sue está más ácida que nunca, ahora que el instituto es su reino absoluto. El repertorio musical no estuvo mal, con homenajes a los ochenta y con éxitos (éxitos de verdad, no éxitos-a-partir-de-Glee) actuales. Y, claro, volvimos a ver a la unholy trinity, a Santana Lopez, Brittany S. Pierce y Quinn Fabray, las tres animadoras de las que deberían hacer un spinoff, o un poster para que las fans lo colgáramos encima de nuestras camas. Ellas tres tienen la facultad por si mismas de animar cualquier episodio, como demostraron con la performance de Problem.
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Una Quinn rubísima, númneros acrobáticos por parte de los animadores, y el morbo servido de ver a Naya Rivera interpretar el mayor éxito de la nueva novia de su ex: éxito asegurado.
Claro que hubo despropósitos en los episodios. Es decir, es Glee, es Ryan Murphy, no puede ser de otra manera. Los personajes nuevos no van a aportar absolutamente nada, exceptuando a la clon de Janelle Monae que, sorpresa, cantó a Janelle Monae a los diez minutos de aparecer en escena. Pero quizá ver a Rachel Berry más contenida que de costumbre (incluso cantando Let it go, que ya es decir), o la meta-auto-parodia de la serie, que insertó dentro una serie sospechosamente parecida a Glee, nos hace pensar que aún hay esperanza, y que los últimos cartuchos van a merecer la pena. Así parece en el avance del episodio tres, en el que hay bromas lésbicas como la del divorcio de Jane Lynch, pedidas de mano lésbicas, y Santana López bailando.
De todas maneras, seamos serias: hemos bajado de tal manera el listón con la serie que ahora casi todo nos parece bien. Pero aunque solo sea por fidelidad, quizá deberíamos darle esta concesión.