Entre las tres primeras fotos y las que hay más abajo han pasado siete meses:
Cuando me la regalaron no confié demasiado en que sobreviviera, no voy a mentir. Ademas, pronto empezaron a caerse las flores, esas delicadas hojas blancas y rosas parecían despedirse demasiado pronto de mí. Sin embargo, hace unas semanas, me sorprendió encontrar un par de bulbos en una rama nueva, aparecieron una mañana anclados a un pequeño brote que comenzó a crecer hace unos meses.
El proceso ha sido lento, es cierto, y en ocasiones he pensado que estaba regando un tronco vacío, sin vida. Sin embargo, el verde de las hojas (las dos únicas que tiene en la base de la maceta), me obligaban a seguir regándola.
“Tiene que estar húmeda siempre”,
“Debes vaporizarla cada día”,
“Déjala sobre un plato con agua”,
“Que no le dé el aire ni el sol directamente”,
“No la muevas”
He tratado de seguir todos los consejos, lo juro, no me he dejado ninguno. Y hoy comparto con vosotras el resultado: la primera flor se ha abierto esta noche.
Hoy, mientras volvía a regarla, he descubierto la flor medio abierta y he sentido la magia y la fuerza de la vida. Y digo magia porque de la nada puede surgir lo inesperado. Y digo fuerza porque somos nosotras las que podemos crearla. Y no hablo sólo de plantas, claro, hablo de vida, de arte, de sueños. Hablo de confianza, de dejarte llevar y de hacer lo que deseas.
Pienso en todas las veces que en mi vida he dejado de hacer lo que quería por miedo al fracaso, por miedo a lo que los demás pensaran. Y he dejado pasar muchos momentos creativos, de explosión personal que seguro habrían hecho estallar el bienestar en mi interior y me habrían permitido ganar cotas de autoestima y confianza.
Por eso, desde aquí, hoy y ahora quería dar a todas un consejo (desde mi humilde experiencia): no permitáis que nada ni nadie se sienta con el derecho de decidir sobre vosotras, ni sobre vuestro cuerpo ni sobre vuestra mente. Porque cada una sois únicas e inimitables, especiales y originales, como las flores de mi orquídea. Igual que ellas, crecemos y vivimos. Sufrimos pérdidas y nos recuperamos. Pero lo hacemos por nosotras y para nosotras, dejando fluir la vida por nuestras venas. Eclosionando cuando hay que hacerlo y permitiendo que la libertad sea eso: vivir, decidir y dejar fluir.