Aclaremos ya, de antemano, antes de empezar, que aunque ahora vivo en una ciudad, soy de un pueblo.
Corrijo, soy del barrio remoto de un pueblo.
Es más. Soy del borde exterior de ese barrio de un pueblo a 30 km de la ciudad.
Y oye, bien.
Eso sí, dicho esto, me permitiréis un improperio, una palabra malsonante, un taco gordo para definir la aventura de ser lesbiana en el medio rural. Os la dejo a vuestra elección, la oferta es muy amplia.
¿A que viene todo esto?, os preguntareis amadas croquetas. Pues viene a que la semana pasada tuve la suerte de irme de fin de semana al pueblo de un amigo, para disfrutar de sus fiestas populares, la música de verbena, el trasnochar, las agradables y nada ligeras comidas con su familia y… las presentaciones a todo el pueblo.
Gracias a estos fantásticos días, he traído a mi memoria y recordado el fabuloso mundo que supone ser de un pueblo para algunas cosas, en lo que nos ocupa ahora, ser una feliz croqueta rural.
Por una parte están las cosas que pasan antes, durante y tras el clásico momento de salir del armario:
– Los míticos enamoramientos de tu vecina y compañera de colegio un año mayor y que no te hacia ni caso, en un tiempo en que no sabías ni que era ser lesbiana.
– Los temores (infundados) de tu madre cuando le comentaste la idea, de que se enterara todo el pueblo. Ahí viste el terror en sus ojos.
– El momento en que, sutilmente se lo cuentas a un amigo, dos, quizás tres, y las noticias se enlazan unas con otras, el hermano de tu mejor amiga conoce al primo segundo de la panadera que es la sobrina del ferretero que resulta que se cruza con tu tío —segundo— por la calle y da lugar a la pregunta de la comida de Navidad
“Y tú, Scout, hija, ¿no te echas novio? A ver si va a ser verdad lo que me han contado…”
-Y, por descontado, el instante en alguien que no conoces muy bien, que quizás solo has visto una vez en fiestas y a las cuatro de la mañana, te escribe o te habla porque el primo del ferretero —el de antes— le ha dado tu teléfono para contarte su confusión, al fin y al cabo, eres la única lesbiana que conoce y que le parece “normal”
Y por otra están las cosas que pasan cuando conoces a alguien nuevo. De un ambiente (en el sentido amplio, no seáis malpensadas) diferente al tuyo. Un alguien —como a quienes he conocido yo este fin de semana— que nunca ha visto una lesbiana en su vida. Los hay, de verdad que los hay. Hay gente que no sintonizó Telecinco cuando echaban Hospital Central, ni Antena 3 con Los hombres de Paco, ni, directamente, encienden, por lo visto, la televisión.
Al margen de las reacciones múltiples que pueden tener, de las que ya hablamos en su día, está esa sensación que no te abandona de que eres un mono blanco al que solo falta que le tiren cacahuetes y le preguntes cosas como “¿Y como es ser lesbiana?”, o por ejemplo “¿Y tú no te sientes hombre?”, o la clásica “Tú ligar lo tienes difícil, no?” (bueno, esto último es verdad, pero por otras razones)
Aunque bueno, en realidad para ser lesbiana en un pueblo sólo hace falta un poco de paciencia al principio, un porrón de paciencia durante el proceso, y una cantidad cósmica de capacidad de reirse.
*Y ahora, antes de acabar, diré una cosa y vomitaremos todas mariposas: hace mucho tiempo, del orden de varios pares de años, cuando Scout no era más que un personajillo en su pueblo, leer webs como HULEMS fue un modo excelente de quitarle hierro al asunto y reírse. Unir el barrio remoto del pueblo a 30 km de una ciudad con el mundo, y darse cuenta de que nada eran tan grave, y que al final ser croqueta, era, como se ha demostrado, igual de genial o de no genial que ser – queseyo – morena con los ojos marrones Cocacola. Y si no que me lo digan cuando amanezco con una rubia.