Me casé en el décimo aniversario. Fue nuestro décimo aniversario en varios sentidos. Por un lado, hacía diez años que habíamos empezado nuestra relación y, por otro, habían pasado diez años desde que se aprobó la ley que nos permitió casarnos*.
Ambos son dos hechos muy importantes en mi vida, pero no sólo en la mía.
Nunca pensé que me casaría celebrando una fiesta por todo lo alto, invitando a cientos de personas e iniciando el vals con mi mujer. No soy yo mucho de este tipo de fiestas, la verdad. Y así fue como me casé: sin ceremonia, sin vals y por lo civil, claro está.
A pesar de que me considero una persona despierta, de buena memoria y pendiente siempre de las fechas, este año, no sé por qué (quizá por todo el tema del embarazo, que provoca que se me olviden las cosas más simples) olvidé que era nuestro décimo aniversario, ni siquiera lo hemos celebrado como se merece esta fecha. Es cierto que todas las fechas coincidieron (incluso la fecha en que me quedé embarazada) y puede que ese sea el motivo de que el aniversario haya quedado eclipsado: este hijo que vamos a tener, que se ha convertido en objeto de todos mis pensamientos (aunque a veces no sea del todo consciente).
Nunca entró en nuestros planes casarnos, quizá porque nunca hemos necesitado ningún papel que justifique nuestra vida en común, nuestro amor o nuestros planes de futuro. Sin embargo, este año, el del décimo aniversario, nos dijimos el sí quiero (en realidad dijimos: “Sí, consiento” y yo estaba tan nerviosa que me trabé e invertí el orden de la frase, el juez tuvo que repetir los votos y se equivocó dos veces más, a continuación los pocos familiares que asistieron ser rieron, luego nos reímos todos y finalmente nos declaró en matrimonio -creo recordar-).
Sólo han pasado cinco meses desde aquel día y empiezo a ser consciente de la importancia de haber podido contraer matrimonio con la persona con quiero compartir el resto de mi vida. No se trata, por supuesto, de que exista un papel que dé más fuerza a nuestra relación, sino de tener EL DERECHO, así, con mayúsculas de poder hacerlo. Tener el mismo derecho que cualquier otro ciudadano heterosexual, un derecho que puedes o no usar, que puedes o no disfrutar, como cualquier otro derecho otorgado por la ley.
Sin embargo, en estas líneas no he venido a hablar de ciencia, ni de política, ni siquiera de amor. Este texto lo he escrito para agradecer a todas las personas que han luchado en la historia (y siguen luchando) por la igualdad y la dignidad. Por la defensa de nuestros derechos, vengamos de donde vengamos y seamos como seamos. Por la defensa del amor, como principio de todas las cosas. Por la libertad, como derecho fundamental de todos los seres. Por todos ellXs escribo hoy, por los que están y por los que nunca jamás volverán, incluso los que ya se fueron sin ver la luz al final del túnel, sin poder disfrutar del resultado de su esfuerzo. Por los que perdieron la vida, la familia o la salud en el camino.
Allá donde estéis,
GRACIAS.
* La Ley 13/2005 reforma el Código Civil en lo concerniente al derecho a contraer matrimonio. En particular, esta reforma añade un segundo párrafo al vigente artículo 44 del Código civil, manteniendo el primer párrafo intacto:
«El hombre y la mujer tienen derecho a contraer matrimonio conforme a las disposiciones de este Código.
«El matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos cuando ambos contrayentes sean del mismo o de diferente sexo.