Luke tenía un sable láser. Han Solo, el Halcón Milenario. Leia… Ensaimadas en la cabeza. No se le puede negar su posición de icono feminista, allá por el año ’77, cuando salió la trilogía original porque tenía swag y no se dejaba ningunear por nadie, pero la época y el tener que ser la princesa a rescatar, no le permitió llegar lo lejos que se merecía. Por no mencionar que la diversión intergaláctica se la dieron toda a sus compañeros masculinos de reparto. Caca de la vaca.
Luego, llegó Padmé y sí, pero no. Tenía carácter y personalidad, y estaba dispuesta a hacer lo que hiciera falta por salvar a su pueblo, peeeero, y este es un pero muy grande, su relación con Anakin era demasiado importante como para que pudiera destacar por otras cosas.
Y entonces, apareció Rey. Alabado sea el Señor.
Finally. Llevaba toda la vida esperando por ella y no lo sabía. Rey es todo lo que Leia podía haber sido pero no fue. Molona, carismática, muy kickass, valiente e inteligente. Una tía que sabe sacarse las castañas del fuego ella solita sin tener que esperar a que nadie decida que le viene bien salvarla porque tiene un hueco libre. Es tan chachipiruli, que hasta Han Solo está anonadado con la chavala. Un partidazo.
Y lo mejor de todo, porque hay algo todavía mejor que todo lo dicho, es centro y parte del motor fundamental de la trama. Y pilota el Halcón Milenario. BOOM.
Y hay más. Seh. En la nueva peli de Star Wars, hay más. Se necesitaron siete películas, pero ya podemos ver mujeres entre las filas de los soldados imperiales (ocupando cargos importantes hasta. ¡Halaaa!) y dentro de la Resistencia (¡Wiiii!). Y es que por fin Star Wars deja de ser un juego donde ellos se lo guisan y ellos se lo comen, y podemos jugar nosotras también.