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Tiene los ojos cerrados, y me los imagino marrones.
Viendo las curvas desnudas que forman a la mujer que reposa en la cama, puedo jurar que ha sido una noche memorable. Las sábanas están arrugadas, han escapado del colchón en ciertos puntos, y soy consciente de mi desnudez. Y me es indiferente. En esta isla que es su habitación lo extraño parece ser taparse. Resulta casi ofensivo solo pensarlo.
Quizá deba marcharme ya, puede que prefiera despertar sola, prepararse un café y tomarlo junto a la ventana mientras se echa su melena castaña sobre el hombro. Porque, sí; en mi imaginación, es de las que beben café.
Desde esta posición tengo una vista perfecta de uno de sus pechos. Sus pezones son rosados, como a mí me gustan, cosa que acabo de descubrir, y ¿puede utilizarse el adjetivo adorables para ellos? A mí me parecen adorables.
Tal vez le alegre verme al despertar, puede que quiera remolonear un rato en la cama antes de levantarse y dar por terminado nuestro extraño encuentro. Tal vez sea tímida, como yo, y quizá no suele hacer esto. O quizá ha habido mil mujeres antes, y habrá otras mil ocupando mi lugar en su cama después, haciéndose las mismas preguntas.
Su piel se ve suave con la luz de la mañana, y siento celos del sol que la acaricia. Así que lo hago yo, alargo mi mano y paso mis dedos por su brazo, su costado, el hueco de su cadera… Quiero que su tacto quede marcado, imborrable, en mi memoria. Sus párpados tiemblan y con ellos sus pestañas. Dios, son tan largas… a juego con sus piernas infinitas. ¿Me han rodeado en algún momento de la noche? Sí, lo recuerdo. O quizá solo lo imagino, como el color de sus ojos, que ahora se abren. Y me miran.
Me quedo quieta, apenas respiro. Parpadea. Me mira. Y entonces sonríe. Y lo único que puedo pensar es que es preciosa. Y que no recuerdo su nombre. Pero ya tendré tiempo de aprenderlo. Y quizá de amarlo, gritarlo y suspirarlo. Porque ya adoro sus curvas y su cabello, sus pechos y su piel. No sé si durante una hora o una vida, pero me muero por besar sus párpados y sentir la caricia de sus pestañas, de tener sus piernas atadas a mi espalda impidiéndome una huida que, de todos modos, nunca iba a ocurrir.
Me inclino para besarla y ella corresponde. Siento su mano cálida posándose en mi cuello y, cuando me separo, tiene de nuevo los ojos cerrados. Y los imagino marrones. Cálidos, dulces, brillantes y auténticos. Y los amo también.
— Deva Blue.
Imagen: Lauren Cohan y Alanna Masterson