Calificada por Gore Vidal como “la desgraciada más talentosa”, Carson McCullers es uno de los máximos exponentes del gótico sureño. Junto con William Faulkner, Flannery O’Connor, Eudora Welt o Catherine Anne Porter, Carson McCullers ayudó a darle forma a ese subgénero de la novela gótica en la que se integran elementos sobrenaturales pero no como recurso para el suspense o el terror, sino para explorar la cultura del sur de los Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX, un momento de cambio social en el que el modelo agrario estaba agotado y daba paso al industrial.
Fue su padre el que puso en sus manos su primera máquina de escribir durante la que sería la primera de muchas convalecencias causada por una enfermedad reumática mal diagnosticada. Tenía 15 años y, quien hasta ese momento había sido la perfecta jovencita sureña de una familia de clase media, dejaría salir el espíritu rebelde que la acompañaría hasta el final de sus días canalizado, inicialmente, a través de sus textos.
Con dieciocho años se mudó a Nueva York para estudiar piano en Juilliard, pero fue la literatura la que la terminó seduciendo. Con sólo 23 años publicó su primer libro, El corazón es un cazador solitario, donde se insinúa la relación homosexual entre los dos sordomudos protagonistas. El libro le conseguiría inmediatamente el favor y las alabanzas del público, pero le costaría las amenazas del Klu Klux Klan. Esto la llevaría a una mayor reclusión, pero no la disuadió de tocar temas que por entonces se consideraban incómodos, como el adulterio, la homosexualidad o el racismo en sus obras, caracterizadas por las situaciones grotescas y por dar voz a personajes inadaptados y marginados por la sociedad.
Como diría ella, se casó con el primer hombre que la besó. Ese fue Reeves McCullers, militar y escritor frustrado que no sería capaz de superar el hecho de que su mujer fuera mejor que él y se suicidaría poniendo así fin a un relación tormentosa y truculuenta para ambos lados. De Reeves se divorció en 1940 y se volvió a casar tras su regreso de la II Guerra Mundial en el 45. Entremedias se trasladaría a Brooklyn, donde comenzó a frecuentar los círculos de intelectuales, y donde conocería a los gemelos Mann, hijos del escritor Thomas Mann e íntimos amigos de Annemarie Clarac-Schwarzenbach, la protagonista de la biografía novelada Ella, tan amada, de la que dijo que “tenía un rostro que, lo supe enseguida, me perseguiría hasta el fin de mi vida” y con quien mantuvo una relación corta pero intensa durante la estancia de ambas en Nueva York. Una de sus obras más reconocidas, Reflejos en un ojo dorado, gracias a la adaptación cinematográfica de Liz Taylor y Marlon Brando, vería la luz en esta época.
A finales de los años 40 por fin el reconocimiento del público iría acompañado del de la crítica también. La revista Quick la nombra una de las escritoras más influyentes de la posguerra y la revista Mademoiselle, una de las diez mujeres más importantes de Estados Unidos.
Tras varias intervenciones quirúrgicas por su enfermedad reumática, quedaría convaleciente y escribiría sus memorias, Iluminación y fulgor nocturno, a dictado, meses antes de su muerte en el 67. Con una estructura fuera de lo convencional, optaría por el monólogo interior para darles forma.
A pesar de su corta vida, McCullers no pasó de los 50 años, sus obras han perdurado y seguirán perdurando, y ella será recordada como uno de los grandes nombres de la literatura del siglo XX.