Hay momentos en los que es necesario romper el silencio: decir basta al torbellino hambriento de la cotidianidad, del trabajo, del “no tengo tiempo”, y alzar la voz para expresar los anhelos más íntimos.
El 28 de junio es uno de esos momentos. Por eso, tras casi dos meses de ausencia, me encuentro de nuevo con vosotras en la página de este blog para reivindicar la necesidad de la reivindicación —valga la redundancia— de este día 28 como símbolo de aquellas minorías sociales que aún sufren discriminación por su identidad de género o su orientación sexual.
Yo soy profesora de secundaria, pero no por ello, a fin de defender esta celebración, voy a recurrir al ejemplo extremo de los suicidios en edad adolescente, que los hay, debido al acaso sufrido por ser “diferente”.
Sí que os quiero trasladar, con todo, una anécdota que viví hace apenas una semana con uno de los alumnos del centro público en el que trabajo.
Al parecer, el chico había increpado a unas compañeras con el apelativo de “lesbianas” porque, en el recreo, se estaban abrazando y besando. Él negó haber pronunciado este apelativo, pero sí que reconoció un cruce de miradas desafiantes con una de ellas y una pose de burla y algunas risas por parte de él y de dos amigos suyos. Lo curioso fue que, al indagar otra profesora y yo sobre las motivaciones de tal comportamiento, el chico cayó en una contradicción. Aseguró que no le molestaban los homosexuales y que no tenía nada en contra de ellos; pero, así como no le llamaban la atención los besos y magreos exagerados de alguna que otra pareja heterosexual, los besos entre esas dos chicas sí que despertaban su atención porque aquello no era “normal”.
Quise averiguar quién dictaba, según él, los cánones de la normalidad. Conseguí que diferenciara entre “normal” y “habitual”. Me interesé luego por si consideraba que llevar el pelo amarillo, como lo llevaba él, era normal. Finalmente, le sugerí que la normalidad la dictamos nosotros mismos, aunque dudo que lograra desenrocarlo de su concepto de normalidad.
Y es que lo habitual, por ejemplo, hasta este mes de junio, era que el apellido del hombre se antepusiera en el orden de los apellidos de los hijos; eso era lo habitual, y lo legalmente estipulado, pero a mí no me parecía en absoluto normal. (Por fin cambia la ley en España y ya no prevalecerá el apellido del varón). Tampoco me parece normal que en la campaña de la Renta siga apareciendo una casilla para hacer donaciones a la Iglesia católica, en un estado supuestamente laico. (Pero esto es ya desviarme del tema). Y lo habitual era también, hasta hace pocos años, que, cuando los gays se reunían el bar Stonewall Inn para homenajear a Judy Garland, la policía neoyorquina los sacara si hacía falta a palos por asociación ilícita. Era lo habitual, pero a mi juicio tampoco “normal”.
Así pues, dado el concepto tan “elástico” de normalidad que se maneja en nuestra sociedad (y me limito, simplemente, a la sociedad occidental), y dados los ojos demasiado atentos con que aún se sigue mirando al colectivo LGTBI, salir a la calle a celebrar el Orgullo Gay sigue siendo necesario.
Descubro en las redes algunas críticas, dentro incluso del propio colectivo homosexual, contra esta celebración. Tachan a los individos que participan en ella de borrachos y de drogadictos, lo cual es obviamente una generalización y ni siquiera es atribuible específicamente a los homosexuales, ya que el alcohol y las drogas son frecuentes en cualquier fiesta. Por otro lado, en otras ocasiones, las críticas han sido más comedidas, y se han centrado en la alabanza del “gay discreto” y en la desaprobación del “gay alegre” (como deberían serlo todos, etimológicamente hablando) y del “gay esperpéntico”.
Desde luego, cada homosexual, o individuo no heterosexual, puede vivir su orientación sexual o su identidad de género como mejor le parezca, y no vas a ser un mejor o un peor homosexual salgas o no a la calle a defender tus derechos, te integres o no discretamente en tu comunidad hasta conseguir ser del todo aceptado.
Pero habiendo observado, como ya he dicho antes, los ojos especiales con que aún nos miran algunos, creo que los homosexuales debemos sentirnos agradecidos por todos aquellos que salen y han salido a la calle para dejarse ver, sean alegres, discretos o esperpénticos. Porque así, a fuerza de ser vistos, quizá llegue el día en que el beso de dos chicas en el recreo no suscite burlas ni mirad as porque sea, igual que cantar Over the rainbow en un bar, absolutamente normal.