Vamos a jugar a una cosa: vamos a imaginar que cada vez que una pareja chico + chica tiene un romance en una serie, se empezara a hablar de “la trama heterosexual de x e y”. Tendríamos la trama heterosexual de Meredith y Derek, la de Ross y Rachel, la de Ana y Alberto, y, en definitiva, una cosa muy absurda. ¿O no? Pues esto es lo que los guionistas suelen hacer con las parejas LGBT de las diferentes ficciones: dotarlas de una, por ejemplo, “trama lésbica”, que no suele ser otra cosa que un romance, como si la vida de las personas LGBT 1. dependiera de una relación con otra persona y 2. no tuviera más aristas por el mero hecho de serlo.
En los últimos tiempos, afortunadamente, estamos viendo cómo esas personitas que escriben los guiones de las series, que es uno de los trabajos más invisibles pero sin duda más importantes de la creación de las mismas, intentan, incluso con éxito, hacer algo más con los personajes LGBT. Que hagan cosas que no tengan que ver con su orientación sexual. Un locurote. Algo muy complicado, pero que en Supergirl lo están haciendo fenomenal, porque no se limita solamente a dotar a Maggie y Alex de varias dimensiones en su personaje, sino que, además, encuentran tiempo para hacer una trama, esta sí, completamente LGBT, que no se limita a su relación. ¿Qué brujería es esta?
A partir de aquí, spoilers.
En el último episodio de la serie de CW, el personaje de Maggie tiene una historia verdaderamente interesante, y que además me alegra mucho que se la hayan escrito, porque no es frecuente verla tan bien resuelta. Mientras Alex y ella están cenando con la madre de Alex, que está muy a gusto con su relación, Maggie cuenta cómo sus padres la mandaron a vivir con su tía cuando se enteraron de que le gustaban las chicas, para no volverla a ver nunca más. Fueron incapaces de aceptar la orientación sexual de su hija, repudiándola sin remedio con sólo 14 años. Y lo peor de todo es que ella intenta comprenderlo y justificarlo agarrándose a cómo eran con ella hasta ese momento.
Una persona LGBT no comienza a serlo en el momento en que lo cuenta, lo mismo que ella no cambia en el momento en que se lo cuenta a alguien. Pero lo que sí se modifica, casi siempre, es la percepción de los demás. En muchos casos es para bien, porque la otra persona aprecia que confíes en ella. Pero, desafortunadamente, muchas veces es al revés, como le sucedió a los padres de Maggie.
Me parece interesante que la serie de Berlanti cuente la contradicción que existe en una persona a la que sus padres han echado de casa por ser lesbiana, pero que guarda buen recuerdo de ellos, y que un poco se echa la culpa a sí misma. Porque esas sensaciones las viven a diario miles de personas.
Y si esto me parece guay, más me lo parece cómo resuelven: después de invitar a su padre a su despedida de soltera (una light, con champán, y cosas románticas, y regalos), éste se sigue viendo incapaz de soportar que Maggie se vaya a casar con otra mujer. Pero su hija, después de haber hecho un último esfuerzo por retomar la relación con él, lo tiene claro: ya no es la niña que buscaba su aprobación a toda costa. Es una mujer adulta que ha comprendido que su felicidad no depende de sus padres, sino de ella.
No es la primera vez, ni será la última, que el conflicto con la familia se presenta en una serie: la abuela de Santana en Glee, los padres de Maca en Hospital central, etc, o por el contrario, padres que les parecía todo fenomenal a la primera, algo que es muy de agradecer que se presente, pero en los que las personas a las que no les pasa en la vida real no encuentran reflejo. El que Maggie tome conciencia de sí misma en este aspecto es tan sumamente positivo, que sólo por eso se merece toda nuestra atención, y todos los premios que le quieran dar. Bravo por los guionistas.