En otro episodio más de ‘películas de lesbianas ambientadas en periodos donde no existía la electricidad’, la invitada especial de hoy es The world to come, cinta estrenada en 2020 y que está protagonizada por Vanessa Kirby (reverencia), Katherine Waterson y dos señores más que no me interesan lo más mínimo, uno de hecho menos que el otro. El argumento es, en principio, un poco cliché, algo que, por otra parte, jamás me ha frenado para ver nada croqueto. En algún punto del siglo XIX, dos familias se instalan en la parte más inhóspita de Estados Unidos, en busca de tierras y un porvenir. Y claro, pasa lo que pasa.
*A partir de aquí, espoilers*
Todo el argumento de la película ronda en torno a la idea de tener una válvula de escape en tiempos de desesperación. Abigail (Katherine Waterson) y Dyer han perdido a su hija, y eso, además, les está afectando como matrimonio. Viviendo en una granja perdida del condado de Schoharie, Nueva York, las posibilidades de tener una vida fuera del duro trabajo diario son escasas. Pero es entonces cuando aparece un matrimonio nuevo que se instala relativamente cerca. Son Tallie (Vanesa Kirby) y Finney.
Tallie comienza a visitar con frecuencia a Abigail, y las dos hablan del sentimiento de angustia que les producen sus respectivos matrimonios. El de Abigail lo es solamente en la teoría, no en la práctica. El de Tallie está marcado por la brutalidad y la obligación. Esta soledad y el haberse encontrado las unirá, hasta que las vuelva a encontrar la tragedia, de la mano del marido de Tallie.
La película, bajo mi punto de vista, tiene una buena idea mal ejecutada. Entiendo que las dos se conviertan en refugio la una de la otra, pero creo que la historia se desarrolla con demasiada rapidez. Estando atadas a sus maridos como están, me resultó un poco chocante que la segunda vez que se ven estén rozándose los meñiques como si fueran dos adolescentes en un autocine. Todo se sucede con mucha premura, a veces incluso de manera chocante, hasta llegar al final. Y qué final.
No sé si suena un poco 2015, pero estoy harta de que maten a las lesbianas en las películas. De verdad. Más allá del mensaje subrepticio que da, del que hemos hablado mil veces, crea una sensación de hartazgo en la espectadora que eclipsa todo lo demás en la cinta. A la protagonista se le dan cinco minutos cuarenta segundos de felicidad, y el resto está lleno de un dolor insondable, marcado por la muerte de su hija y de su amante, además por la misma causa. La pobreza de la resolución deja un muy mal sabor de boca en lo que, a lo mejor de otro modo, podría haber resultado satisfactorio sin tener que recurrir a un final feliz.