
Safo nació en Lesbos, un isla griega cuyo mar baña las orillas donde creció la autora de numerosos poemas, de los cuales nos han llegado tan solo 650 versos. Debido al abuso que se hizo de su origen, de forma evidentemente despectiva, hoy día llamamos lesbiana a una mujer homosexual. Imaginaos a lectores de siglos posteriores, invadidos ya por religiones que rezaban «los hombres tienen autoridad sobre las mujeres» o «si un varón se acuesta con otro varón ambos han cometido una abominación», hablando de Safo entre cervezas. «Tsé, ¿has leído a la lesbiana esa?», «¡Libertad sexual le daba yo», «¡Seguro que se acostaba con todas!». Pues eso es lo que pensaban -y piensan- muchos.

De veras, quisiera morirme.
Al despedirse de mí llorando,
me musitó las siguientes palabras:
«Amada Safo, negra suerte la mía.
De verdad que me da mucha
pena tener que dejarte.» Y yo le respondí:
«Vete tranquila. Procura no olvidarte de mí,
porque bien sabes que yo siempre estaré a tu lado.»
Pese a todas las leyendas que giran a su alrededor (que si historias con sus alumnas, que si se casó, que si era un demonio según los escritores de la Edad Media, que si su familia era ricachona hasta más no poder) lo que sabemos seguro es que Safo se enamoró con una intensidad que plasmó en sus poemas, los cuales, ya inmortales, plasmaron la pasión entre mujeres por vez primera.
Ahora que conocemos el origen de la palabra lesbiana, ¡que se nos llene la boca!

