Sé que no estáis entendiendo nada y que estáis alucinando y pensando que se me ha ido definitivamente la cabeza. Pero no. Es el horror. Y hay una culpable de este horror: la culpa de esto la tiene mi novia.
Antes de estar con ella yo elegía mis sandalias como supongo que elige la gente normal: recorría las tiendas hasta encontrar unas que me gustaran y por las que no tuviera que vender mis córneas. Y YA ESTÁ. Aunque parezca increíble ahora, eso era todo: las comprabas y me las ponía hasta que necesitaba otras. Y vuelta a empezar.
Era simple, fácil, cómodo. Sin complicaciones.
Pero ese aspecto de mi vida se acabó. Mi elección de las sandalias de verano se ha convertido en una epopeya, en un camino lleno de obstáculos y trabas que a veces parece llevar al mismo infierno.

Mi novia lleva en busca de sus sandalias perfectas desde marzo. No es broma. Teniendo en cuenta que estamos a julio supongo que esto os dará una idea del cambio radical que ha sufrido mi vida en ese ámbito.
Ella no sólo busca unas sandalias. Busca las sandalias PERFECTAS. Y claro, aunque las encuentre, no se va a quedar con las primeras que encuentre, tiene que encontrar 400 sandalias perfectas y entre esas escoger.
Evidentemente, para ello tiene que buscar en miles de páginas web (es posible que lo de las 400 sandalias entre las que elegir fuera una exageración, pero os juro que lo de las miles de páginas web no lo es; es más, creo que su don con los idiomas se debe únicamente a que antes no había traductor en google chrome y se las tenía que arreglar de alguna forma).
Como os podéis imaginar eso se traduce en que me avisa cada poco para que vaya a ver las sandalias que ha encontrado (que a mí me parecen exactamente iguales que las anteriores que me ha enseñado, pero ya he aprendido la lección y me callo ese tipo de comentarios) y me la encuentro delante del ordenador súper feliz y contenta con 800 pestañas abiertas en el Chrome y sandalias y sandalias y sandalias.
De repente, sin saber muy bien cómo ni por qué, yo me he visto llevada a esa misma situación. Ahora ya no sólo busco que sean bonitas, cómodas y baratas. Busco que sean de un color que combine con casi todo, que sean de piel de verdad, que no tengan un cierre incómodo y, sobre todo, que no sean de lesbiana, porque una de las primeras cosas que me dijo mi novia sobre mis sandalias fue que eran sandalias de lesbiana. (Y sé que esto es políticamente incorrecto de decir, pero yo no quiero llevar camisetas de tirantes de lesbiana ni sandalias de lesbiana ni corte de pelo de lesbiana ni perforaciones de lesbiana, me parece bien que haya quien quiera, pero yo no quiero y por ello evito comprar ropa Quechua como la peste).
Así que ahora cuando mi novia se sienta a buscar sandalias delante del ordenador yo me siento a su lado. Y ella todavía no tiene sus sandalias, claro, pero yo ya me he comprado 3 pares y esto va a ser mi ruina.
Yo perdida con miles de sandalias con las que ahora no sé qué hacer (imagen de neyade, aka mi novia adicta a las sandalias y que espero que no me deje después de este post)