Me gustan los bares de bollos. Lo reconozco. La sensación de entrar en un bar y saber que va a estar lleno de croquetillas buscando miraditas y retozando me llena de algarabía. Adoro los sitios de mayoría femenina. Allá donde caigo de la geografía española, tengo que buscar el bar de bollos de rigor. Y me apena deeply cuando quiero volver a alguno y me lo han cerrado, mientras que los bares gay de alrededor están on fire. Y pese a los muchos motivos existente que pudiera haber, he encontrado un patrón que se repite en cada bar bollo en el caigo: la música…da penita. Ya está, ya lo he dicho.
Y a partir de aquí haré crítica constructiva como defensora acérrima de los garitos croquetiles, pero crítica al fin y al cabo. Es cierto que los gustos musicales son algo personal e intransferible: por mucho que una canción te parezca lo más a ti, no quita que a tu mejor amiga no le entren ganas de matar gente cada vez que la escucha. Esto es ley de vida. Pero oye, normalmente cuando vas a un garito, no pretendes escuchar tu playlist del spoti esa en la que tienes la discografía completa de Camela, Like a pill de Pink, Sonia y Serena, el Ave María, y todos los feat. Pitbulls de este universo y de los paralelos. Al menos yo no pretendo que me pongan Runaway de The Corrs, ni Torn de la Imbruglia o Man! I feel like a woman de Shania Twain a menos que vaya a una fiesta remember en el garito de rigor.
Y es aquí, cuando llevas un rato leyendo, que caes en la cuenta de que: ¡uy! esa me la pusieron ayer en el bar bollo numelo 8. Y aunque no pretendías escucharlas porque, no sé, llamadme lesbinazi si quereis, venían en el casette del máquina total 5, te las tragaste pacientemente junto con la mitad de la cámara frigorífica de cerveza y parte del jagger, para poder llegar cuanto antes al momento todo lo que pinchan es temazo, ya que en lo único que puedes pensar sobria es en: que alguien le diga a el/la dj que OT ha muerto. Pero aguantas, porque vas por tu 4º chupito de jagger y en ese momento eres la reina de la pista. Que te ponen la raja de tu falda, pues se la dedicas a la de los pantalones cagaos del fondo mientras la señalas con el dedo con tu mirada de sí, te elijo a ti (y le lanzas una pokeball). Que te ponen el Barrio, pues tú te agarras la camisa y te desgañitas gritando que te fuiste pa Madrid sin remordimiento, aunque seas más de Madrid que la Cibeles. Pero este ritmo no hay cabeza, oídos, hígado, ni bolsillos que lo soporten.
No romperé una lanza a favor de todas las discotecas gays del universo, porque no las conozco todas, pero así a bulto, he de decir que en la gran mayoría me he encontrado sesiones más actuales y cañeras que en los bares de lesbianas. No sé si la música es la razón de que se acaben cerrando tantos bares de chicas. Pero para mí sí es decisivo a la hora de volver y esto lo he discutido largo y tendido con mis amigas croquetas. Que sí, que todas queremos a Mo y que el Sobreviviré fue un temazo y lo canto a grito pelao como la que más. Pero que la primera vez que escuches Espada de Javiera Mena sea en un bar de osos y que le pidas una de Lady Gaga a la dj de tu bollobar de referencia y te ponga Bad Romance cuando llevamos un año de Art Pop, me duele, me duele en lo más hondo del bollito. Yo no puedo vivir más entre los escombros chicas. ¡Renovarse o morir!