Alguien me preguntó una vez quién era. Ante la sorpresa inicial, traté de describir a la mujer que llevo dentro. Varios calificativos me vinieron a la cabeza antes de hablar: mujer, blanca, soltera (parecía el título de una película), humana, generosa, sociable, normal, lesbiana. Esta última palabra la deseché pronto, vamos, que no la dije. En aquel momento pensaba que no era relevante, a nadie le importaba saber a quién elegía para compartir mis días. Me equivocaba.
Me equivocaba, porque a la gente le importan cosas que no siempre tienen que ver con ellos mismos. Porque hay personas que tienen vidas tan vacías, tan oscuras y tan tristes que las llenan, sin darse cuenta, con historias de otros. Las historias, claro está, tienen que ser morbosas. Ahí entra en juego lo que cada cual considere morboso. Pero generalmente, con quién se acuesta el vecino, no sé por qué, suele ser algo morboso.
Con los años he ido cambiando la concepción que de aquellas personas tenía. He crecido y me he serenado, y he llegado a la conclusión de que no siempre es lo morboso lo que atrae a la gente. Muchas veces es la curiosidad, lo nuevo, lo diferente. He aprendido a no ser tan crítica, a no juzgar a la ligera y a intentar atacar un poco menos antes de escuchar. ¿Por qué cuento esto? porque la literatura ha sido una gran aliada en todo este proceso. Es indiscutible que vivir junto a una mujer maravillosa ha sido fundamental, pero las letras y la lectura han sido el otro motor del cambio en mi caso.
He aprendido que las personas se aburren de lo cotidiano, necesitan ver cosas nuevas para no caer en lo monótono. Vivir otras experiencias, buscar la sal de la vida. Los hay que no saben sacar la sal de sus propias vidas y se ven abocados a hurgar en las otras, en las de los vecinos. Son los desdichados, porque esa necesidad es infinita, nunca se sacia, y la dependencia es siempre peligrosa.
Cuando comprendí esta parte todo fue más sencillo. No sólo porque dejé de culpar a todo y a todos, sino porque empecé a ver al resto desde otra perspectiva. Además, entendí que la solución, si es que hubiera un problema previo, estaba en mis manos y en las de mis semejantes: visibilizarse desde la naturalidad.
Con esto no quiero decir que visibilizarse sea la única alternativa, la única herramienta, la única esperanza para vivir un cambio social, ni mucho menos, pero es algo sencillo que no depende del resto, sino de nosotras mismas. Porque, como he dicho un poco más arriba, la dependencia siempre es peligrosa, y esto es algo que también he aprendido: cuando dejas de depender aprendes a amarte y a poder dar amor.
Después de entender que darse a conocer sin prisas, desde una misma, era empezar a vivir, comprendí que son los más pequeños, las niñas y niños, quienes menos te interrogan, quienes tienen la mirada más limpia (retomando aquello de la morbosidad). No se extrañan si te ven con otra mujer, no se plantean qué es una pareja ni quién representa los tradicionales roles (pregunta recurrente entre amigos y conocidos). Este fue, por tanto, el siguiente motor del cambio en mi reconstrucción de la vida, en mi renacimiento como persona, como mujer. Creí entender que enseñar no consiste en llenar sus pequeñas cabezas (esta idea no es originalmente mía) con mis propias creencias. No es inculcarles pensamientos o principios que para mí son los más válidos, los verdaderos, como si de una religión se tratara. Creí entender, como decía, que ‘esos locos bajitos’ necesitaban llegar a conclusiones por sí mismos, y para ello necesitaban un empuje, una idea, una imagen, una pregunta, pero no una sentencia o una afirmación irrevocable.
Ellos me enseñaron a tener paciencia, pues los cambios, para que sean duraderos, no pueden venir desde la prisa. Me enseñaron a ser más pacífica, porque la evolución certera no puede ser posible desde la violencia o la amenaza.
Puedo afirmar que he aprendido con cada vivencia, con cada conversación, con cada debate. Pero lo mejor de todo está por venir, porque seguir aprendiendo es el siguiente paso.
Mi siguiente parada será en Madrid, una ciudad que me ha inspirado siempre. Me encantaría que pudiéramos conocernos un poco más en esta visita. Estaré en la librería La ciudad invisible el sábado 31 de enero a las 12h junto con La Calle, editorial que ha publicado Las mujeres de Sara y apuesta fuerte por la visibilidad y la literatura lésbica.
¿Nos veremos allí?