¿Creéis en las casualidades? El mes pasado compartía con vosotras un recuerdo sobre una alumna que hace dos años me preguntó qué era el feminismo y, justamente, al cabo de una o dos semanas volvieron a formularme la misma pregunta, esta vez un chico y una chica más jóvenes, de 3.º de la ESO; pregunta a la que le siguió otra mucho más suculenta: “¿Y feminazi qué significa?”.
Yo, que tengo respuestas para todo (porque, las que no sé, me las invento), les respondí que feminazi era la forma despectiva en que los machistas denominan a las feministas, y ellos se quedaron conformes y yo, tan ancha, aunque lo cierto es que no he investigado sobre ese término que escuché por primera vez de labios de mi pareja, que es la “femina sapiens sapiens” de la casa (yo no llego ni a “femina habilis”, y de la “femina erecta” mejor no hablar).
Pocos días después, en una guardia del instituto (procedimiento por el cual asignan a tu cuidado a un grupo de unos treinta adolescentes como quien te pide que vigiles un rebaño de ovejas baladoras), volví a oír esa palabra —no sé en qué contexto porque yo acababa de llegar— de la boca de uno de los malotes de la clase (pero malotes de verdad, de los que graban o miran riendo cómo graban la palabra puta en el coche de su tutora). No se volvió a oír una segunda vez y no indagué en el asunto, pero sí que me quedé pensando en la facilidad con que se crean palabras para hacer daño y en cómo la palabra nazi, quizá una de las más connotativamente violentas en la cultura occidental, se ha ensamblado tan a la ligera con la de feminista para atacar nuevamente a la mujer.
Dolors Miquel recitando su “sacrílego” poema (véase la traducción al castellano en el apartado de texto)
Y no, no inquirí más, pero a Rita Maestre, actual portavoz del Ayuntamiento de Madrid, sí le han inquirido, y utilizo concienzudamente el verbo inquirir para aludir a la inquisición a la que se ha visto sometida. Porque, aunque en su caso a aquel tribunal de la Edad “Moderna” española le haya sido cronológicamente imposible acusarla de bruja o de hereje (y consecuentemente quemarla o desgarrarle los senos), sí que ha tenido que someterse Maestre a otro tipo de inquisición: la de las pesquisas amparadas por la Justicia y por la Iglesia para valorar la gravedad de su ofensa al haber enseñado sus pechos (con sujetador) para protestar por la existencia de una capilla católica en una institución pública y laica como una universidad. Fueron pecados de juventud, por supuesto…, que la Justicia y la Iglesia sabrán perdonar, quizá tras algunos meses de cárcel; como si la simple coordinación copulativa de “Justicia e Iglesia” no fuera ya en sí misma el peor de los pecados.
En fin, os prometo (no os juro), pese a todo lo que llevo escrito, que yo este mes quería hablaros de amor. Pero no del amor santo, y fundamentalmente heterosexual, del pasado 14 de febrero, sino del amor basado en el respeto; y tampoco del amor romántico, ese que dice “Eres mía”, sino del amor que dice “Te quiero pura, libre, irreductible: tú” o del que dice: “Vuelvo a ti en todas las cosas”.
Quería hablaros de amor, pero no del amor que deja quemaduras de cigarro en los brazos y en el alma, como se vio en la entrevista que Jordi Évole hizo a Marina Marroquí en Salvados, sino de otro tipo de amor fundamentado en la libertad individual de cada persona, en el afecto, en la admiración y en la capacidad de compartir.
Cuando les puse a otros alumnos el vídeo de esa entrevista, algunos no entendieron cómo había soportado Marina tales vejaciones, porque no entendían cómo había dejado de ser ella misma para ser otra (otra suya, de él), no comprendían cómo había dejado de ser libre. Luego un chico se atrevió a expresar que quizá esos malos tratos también podían producirse de una mujer hacia un hombre. Y sí, claro está; podrían producirse así, y también entre dos hombres y entre dos mujeres. Pero entonces estaríamos hablando de casos aislados, y no de un ninguneamiento de la mujer cimentado en una estructura social gigantesca que pregona la superioridad física y moral del hombre.
De la misma manera, cuando Rita Maestre se disculpa ante el arzobispo de Madrid por haberse levantado la camiseta, cuando era más joven, en una protesta a favor de la laicidad de la universidad pública, su disculpa, su petición de absolución, no es un acto individual ni un caso aislado: es un sometimiento de un representante político de nuestra democracia, para más inri mujer (y subrayo inri), ante las leyes de la todopoderosa Iglesia católica.
Así pues, seamos sensatos. Las palabras a veces ofenden: te puede ofender un “no”, como un grito de “feminazi” o como una “madre nuestra que estás en el celo”. Te puede ofender incluso un torso semidesnudo en determinadas circunstancias. Pero en casos como el de Rita Maestre y el de la poeta Dolors Miquel, o en situaciones como la de la violencia machista, no estamos hablando de hechos puntuales que coartan la libertad de expresión o que directamente anulan el ser individual de la persona; estamos ante una lucha absolutamente desigual entre David y Goliat: un Goliat católico y patriarcal y un David que —llamadme feminazi— en realidad siempre fue mujer.