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Annyed era tan única como su nombre, sus mejillas se suavizaban al sonreír, cuando con emoción leía. Le encantaba la idea de conocer nuevos mundos a través de la mente de los Otros, preguntaba, analizaba, pero por sobre todas las cosas le encantaba expresarse. Lo hacía muy bien por medio de la música, escuchaba los géneros más variados, tan variados como sus distintos humores, todo en ella era cambiante. Así como las estaciones del año, en las que no logras encontrar rastros de la anterior, se reinventaba con el pasar de los meses. Hablaba, podía por horas discutir sus ideas “perdón, de verdad no quisiera aburrirte” me decía cuando fijamente me quedaba observándola, ¿sabría ella que de sus labios dimanaban estrellas? ¿que el universo que era su mente salía como un embudo a través de sus pequeñas palabras?, ¿que ver ese universo era como ver directamente el cielo de noche? “Victoria, ¿me estás escuchando?” solía repetirme, mientras me tomaba mi café y continuaba observándola. Y así se me iba toda la tarde en esos ojos color marrón.

Annyed era hedonista, soñadora, deseaba comerse el mundo y no tenía la menor idea de cómo hacerlo. Se escondía entre amores furtivos que no tenían finales ni tristes ni felices, estaba agotada de estos amores vacíos que ni siquiera empezaban. Vivía sin pensar, no encontraba rutina y disfrutaba cada día con una sonrisa, jamás se preocupó por el mañana, no sabía que estudiar ni qué haría en los próximos años. Por eso quería irse del país, había comprado un boleto que usaría en un par de meses, buscaba perderse entre arquitecturas diferentes, entre calles estrechas con historias extensas, que le dieran motivo, quería apasionarse por algo. Por otro lado, yo era racional, extremista en mis posiciones, estoica, hacía listas con frecuencia para tomar decisiones…en fin, éramos dos almas antagónicas.

Al vernos nadie entendía como funcionábamos, teníamos tan poco en común como el psicoanálisis y la psicología conductual, el empirismo y el racionalismo, los electrones y protones…. Y nosotras, lo sabíamos mejor que nadie, no, no teníamos nada en común y aun así un día nos juntó las ganas de estar juntas, y eso bastó para sostenernos, porque a veces el amor es semejante a la gravedad. Nos encontrábamos a medio camino, entre el sexo y el amor, en ocasiones era maravilloso, sin embargo; en otras, no conciliábamos ningún ideario. A pesar de que nosotras no coincidíamos, nuestros pasajes de avión si lo hicieron, y de un momento a otro nos encontrábamos escapándonos juntas….al mismo país, misma ciudad. Fue una apuesta al amor.

Peleábamos todos los días, por su impuntualidad, por mi rigidez, nos destacábamos los defectos y nos resaltábamos las diferencias, los celos, el crecer juntas, el ser independiente pero con la otra. Los motivos eran directamente proporcionales a las ganas que teníamos. “Victoria y si somos incompatibles?” solía preguntarme mientras clavaba sus pupilas en mi. Yo, que siempre tenía respuestas para todo, y con ella me sentía como el Oráculo délfico de Atenas, pero nunca logré encontrar una contestación con la que quedara satisfecha. A veces, no necesitábamos respuestas, a veces, en el silencio de una persona se encuentra lo importante.

Y de un mes a otro, se fue intensificando todo, dicen que con el amor pasa así; tus murallas reforzadas como los años, van dejándola pasar, los fantasmas, los escepticismos, la ansiedad con el amor, las preguntas, todo se aglomera en aquellas palabras que te mantienen vivo. Nos cuidábamos de volvernos locas, pero solo así se podía amar con locura. Entre tantos caminos nos fuimos encontrando, amar eran solo cuatro letras, aquel verbo tan insobornable e inaccesible…y fuimos ordenándolas para que tuvieran sentido; para que no dieran tanto miedo. Filtrándonos, conectándonos, de un momento a otro nos encontrábamos pronunciándolas mientras hacíamos el amor “te amo”, la pronunciamos con los ojos, con la boca, con las manos, con la piel. Las pronunciamos sin decirlas, entre huracanes. Y por mas cursi que suene, a común denominador, en los besos encontrábamos la eternidad.

No, claro que no coincidíamos, nuestras mentes iban en direcciones opuestas, pero es que nunca quisimos que fuera de otra manera, nuestras manos parecían haber sido como piezas exactas de un rompecabezas, concomitantes, se acoplaban por sí solas con los dedos entrelazados y mirando a la misma dirección… y en esos momentos, éramos infinitas.

.-Victoria

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