Un padre y una hija caminan por la nieve. Están en Noruega, y van a cazar ciervos. Pero la mira del padre se desvía lentamente, y apunta a la cabeza de su hija, que es tan sólo una niña.
Candidata por su país a los Premios Oscar, Thelma nos cuenta la historia de una chica que, en su primer año de universidad, comienza a vivir. Una vez alejada de su controladora y religiosa familia, alejada del férreo control de una madre que nunca se ha desvelado afectuosa, y de un padre sobreprotector, Thelma (Eili Harboe) podría ser una chica normal de 18 años. Hasta que, tras ver por primera vez a Anja (Kaya Wilkins) sufre un ataque en la biblioteca, mientras los pájaros pierden su rumbo y golpean violentamente el cristal del edificio.
La premisa de la película, y lo que se desvela en el trailer, puede hacer pensar que la cinta no es otra cosa que un remake nórdico de Carrie. Y es verdad que tienen algunos puntos en común, lo más obvios de la película, a saber, los poderes telekinéticos y la religión entendida de una manera opresiva. Pero eso es sólo la superficie. En el fondo, Thelma es una historia de crecer y de sentir cosas nuevas, y de cómo los monstruos son los otros, y no nosotros.
Una de las cosas que más disfruté de la historia es la capacidad que tiene de hacernos pasar de un sentimiento a otro en cuestión de segundos. En una escena en particular, mientras Thelma está en un sofá en una fiesta, Joachim Trier nos hace pasar de la expectación al deseo, de la excitación a la vergüenza más absoluta, a la vez que lo hace Thelma.
La película no está pensada solamente para amantes del cine de terror. De hecho, es posible que a estos les decepcione si lo que esperan es agarrarse al sofá con escenas de máxima tensión. Thelma es más sutil, más cifi que horror, más onírica que explícita. Pero la sensación que te deja al terminar es, casi, casi, de justicia.