Esto es algo que, aunque antes ya me parecía molesto, he aprendido a odiarlo de verdad como lesbiana.
Todos tenemos una amiga calientapollas. Es algo tan cierto como que los lunares de Anna Simón están puestos así para lamerlos o que cuando dices que sólo sales a tomar algo es cuando acabas llegando a tu casa al mediodía todavía borracha.
Nuestra amiga “la calientapollas” (a falta de un mote mejor) es la típica que cuando viene un amigo de una amiga es de repente súper simpática con él y se acerca más de la cuenta cuando hablan y deja que él la acompañe a casa. Pero no ha pasado nada.
Es la típica que baila cogida del cuello de los tíos en la discoteca y se roza contra ellos y les acompaña fuera a fumarse un cigarro. Pero no ha pasado nada.
Es la típica que pasa una noche de botellón en su casa haciéndose ojitos con un tío y acompañándole a la cocina a hacerse unos cubatas y tocándole siempre demasiado. Pero no ha pasado nada.
Y tú no te lo crees, claro. Porque no eres tonta y no naciste ayer y sabes que: te lo has follado taaaaanto.
Pero no dices nada y finges que la crees porque las amigas a veces están para eso, para fingir que se creen tus mentiras.
Pero entonces tú sales del armario y pasas a ser el tío calentado. Y en ese momento sabes que es verdad que no ha pasado nada. PORQUE CONTIGO TAMPOCO PASA. Y como jode.
Mi amiga (porque por si no os habéis dado cuenta por el tono de rencor estamos hablando de alguien real), a quien vamos a llamar María Teresa (entre otras cosas porque se llama así de verdad y estoy lo bastante escocida como para no cambiarle el nombre), de repente se pasa las noches de fiesta hablándote demasiado cerca, tocándote mucho, tonteando aún más, bebiendo de tu copa, rozándose contra ti y lanzando todo tipo de señales claras y luminosas de que quiere algo más.
Y luego tú (o sea yo), que eres gilipollas, vas y haces algún comentario con intención pero a la vez un poco gracioso. Y VA LA TÍA Y SE TE OFENDE. Con lo que no te queda otra que decirle alto y claro que para qué calienta un horno en el que no piensa cocinar nada. (En realidad lo que yo dije directamente fue: “deja de calentarme”, pero me gusta hacerme la interesante y graciosa).
Así que en esas estás, con una amiga que además de ser una calientapollas ahora también sabes que es una calientacoños (necesitamos un término un poco más classy que eso…) y que encima niega haber tonteado contigo ante la cara de alucine del resto de tus amigas que estuvieron huyendo toda la noche despavoridas ante el miedo de ver a sus dos amigas apareándose ahí en medio y/o de estar cortándoos el rollo.
Tú te quedas pensando que eres una puta enferma y que lo has malinterpretado todo y que qué mala persona eres y que vas a ir al infierno de las malas amigas y demás cosas bonitas. Y a los dos meses hace lo mismo con otra amiga que ha salido del armario. Y después con otra. Y lo sigue haciendo con los tíos. Y DESPUÉS CON OTRA. Y OTRA. Y OTRA.
Y te das cuenta de que no eres tú, es ella. Que es una calientapollas de mierda. Que le gusta gustar. Y lo odias. (Pero también te quedas más tranquila).
**Juro solemnemente que todo lo contado en este post es 100% verídico y que, increíblemente, fui rechazada. (Lo sé, yo tampoco entiendo por qué).
Lo que me dieron