Como supongo que la gran mayoría sabréis yo he estudiado medicina. (Asumo que lo sabéis porque a quién queremos engañar: esto es un pueblo al fin y al cabo y todos (todas) nos conocemos y además sois unas putas stalkers y yo tengo un problema con la gestión de mi información personal en la red).
El caso, que ha estado muy bien. Es una carrera preciosa que no puede no gustarte (os reto a decir lo contrario) y por otra parte la gente mola. Es decir, hay gilipollas como en todas partes (en algunos aspectos más gilipollas que en cualquier otra parte), pero es una carrera bastante liberal y por tanto el paraíso gayer y ni siquiera sé cuánta gente entendía realmente en mi facultad porque TODO EL PUTO MUNDO ERA GAYER. En serio. Hubo una temporada en la que mis amigas me contaban que no sé quién era lesbiana y ya ni siquiera era noticia porque: ¿ESA TAMBIÉN?
Era maravilloso.
El caso es que, obviamente, también tiene sus contras. Como por ejemplo lo incómodo que es estudiar ginecología cuando eres lesbiana y, como ya he hecho constar en otras ocasiones, tus amigas son retrasadas mentales.
Toda la asignatura es en sí una puta tortura, porque de repente parece que eres experta en todo lo que tiene que ver con coños. Si sois heteros, estáis estudiando medicina, y creéis que vuestra amiga la bollera tiene todas las respuestas, dejadme deciros una cosa: NO. En serio, no tiene puta idea y es más, PREFIERE NO TENERLA.
Vamos a ver, que la maldita asignatura va sobre enfermedades de transmisión sexual, cánceres y lo que viene siendo en general PATOLOGÍAS.
Ni lo saben ni lo quieren saber.
(Por no hablar de que si eres heterosexual y mujer, tienes uno de esos entre las piernas, si tú no lo sabes, ¿POR QUÉ CREES QUE YO SÍ?)
Pero si pensabais que esto ya estaba siendo bastante malo y desagradable e incómodo y preferís no pensar en ello, dejad que os diga dos palabras: PRÁCTICAS y SEMINARIOS.
Contrariamente a lo que uno podría pensar, la peor parte no fueron las prácticas.
Al fin y al cabo, las prácticas se hacen como máximo de dos en dos y hay un número máximo de bromas sobre ver y tocar coños que alguien te puede hacer sin que nadie se las ría antes de resultar cansino.
Lo peor fueron los seminarios, pero, por una vez en mi vida, LO PEOR no me lo llevé yo.
Voy a proceder a explicar una anécdota en la que por una vez no fui la pobre víctima y a pediros por favor que seáis empáticas con la pizpireta protagonista.
Todo empezó en un seminario en el que para que nos pudiéramos hacer una idea de cómo se hacía un tacto vaginal y no la liáramos parda cuando empezaran las prácticas, nos trajeron unos muñecos para hacer prácticas como los que se muestran en la imagen:
No había llegado todavía nuestro turno cuando las bromas de mis amigas empezaron. Lo típico de: “te estará encantando esta práctica”, “podrían convalidarte la especialidad directamente”, “vas a ir a los seminarios de todos los grupos sólo para poder hacer la práctica varias veces” y ya cuando una de ellas soltó un “podrías enseñarnos” no pude resistirme a la sonrisa de medio lado y la mirada intensa. Yo soy una persona que no sabe tontear; de hecho, soy tremendamente lamentable cuando lo intento (y cuando no, pero eso es otra cosa). Pero ni siquiera me hizo falta decirles que si tan interesadas estaban no me importaba hacerles una demostración en vivo y en directo en mi cama, con la mirada y el arqueamiento de cejas fue suficiente.
Ahí aprendí que confundirlas utilizando la idea del sexo lésbico, funcionaba. Fui feliz ese día pensando que las costas a mi chanza habían finalizado, pero no tardé en darme cuenta de que no era así, que se trataba sólo de un periodo de adaptación.
Pero al menos ese día había funcionado.
Y entonces, mientras yo estaba revolcándome en mi triunfo, por fin llegó nuestro turno.
Quizás por el intercambio anterior o quizás porque simplemente sabía que ninguna de nosotras sabía hacerlo, una de mis amigas se giró a preguntar a la chica que estaba detrás de ella si sabía hacer un tacto vaginal.
La cosa fue tal que así:
-Malvada Amiga: “Oye, ¿sabes hacer un tacto vaginal?”
-Pobre víctima lesbiana mientras enrojece, cree que le están tomando el pelo y mira al suelo: “Yo… No. Eh… No”.
Malvada Amiga cae en la cuenta de lo que acaba de pasar. Enrojece. Empieza a tartamudear una disculpa: “No, no, no, no. No era… no”.
Silencio sepulcral.
Me gustaría contaros que Malvada Amiga aprendió la lección y nunca volvió a meterse con ninguna pobre víctima lesbiana, pero siento comunicaros que eso no fue así y que de hecho su víctima preferida continúo siendo yo.
Así que, supongo que lo mal que lo pasó la pobre chavala demuestra que no soy la única que tiene los tactos vaginales y la ginecología (además de a Malvadas Amigas) en la lista de cosas que odia como lesbiana.
(Aunque después de la anécdota antes contada voy a asumir que ella lo odia incluso más que yo).