Cuando allá en mi tierna adolescencia empecé a sospechar que me gustaban las mujeres, me vi todas las series y películas habidas y por haber con rollo bollo.
En un ejercicio puramente académico y con el único objetivo de investigar, pasé horas y horas delante de la pantalla. (Creo que aprendí más inglés en esa época que en todos mis años de academia juntos).
Evidentemente, fue en esa época cuando vi The L Word. En mi juventud e inocencia, yo pensé que era una serie en la que todo era ficción, y doy gracias por que así sea y la mayoría sea totalmente irreal (en otras cosas no doy gracias, ¿alguna vez he contado el tremendo crush que tenía con Shane y con Bette?). El caso es que yo pensaba que una de las cosas que eran irreales era EL DRAMA. ¿Quién podía imaginar que esos giros argumentales dignos de la mejor telenovela venezolana iban a resultar ser verosímiles? ¿Quién iba a pensar que años después, cuando alguna de tus amigas contara algo, ibas a pensar: “Como en aquel episodio de The L Word”?
Yo, desde luego no, pues si lo hubiera sabido igual habría huido de los grupos de bolleras como de la peste y nunca habría tenido una novia por miedo de que al dejarlo viniera a prenderle fuego a mi negocio (que no tengo, pero ya entendéis lo que quiero decir).
Con esto no quiero decir que mi vida sea comparable a la serie, evidentemente, pero no te dan el título de bollera de verdad hasta que conoces el significado de BOLLODRAMA. (También conocido como LESBODRAMA o DRAMA, así, a secas, porque reconozcamos que la palabra fue creada para poder describirnos). Y yo no sólo tengo el título, soy “cum laude”. Y lo más triste del asunto es que ni siquiera lo soy por cosas que me pasan a mí, sino por cosas que pasan en mi entorno. Soy un imán para el drama.
Al principio lo vives con ilusión. Estás casi deseándolo. ¡Lesbodrama en la vida real! ¡Sin tener que bajártelo de internet! ¡GRATIS! (Yo es que soy catalana, por si no os habíais dado cuenta, y a mí esto de las cosas gratis es una cosa que me vuelve loca).
Después ya la cosa como que te cansa un poco, pero jo, cómo resistirte. Lo bueno del drama lésbico como género es que tiene de todo, es muy completo: tienes el drama de las salidas del armario (¡Además puede incluso tener varias partes! ¡Imagina! La familia, los amigos, el resto de la familia, los padres otra vez porque no lo habían asimilado, esos amigos que todavía no se habían enterado… ¡Es un no parar!); tienes la endogamia (ese momento enorme en que la ex de la ex se lía con la novia actual de su otra ex que a su vez es la ex de su novia que no sé ni lo que estoy diciendo pero entendéis el concepto); tienes la cara que se te queda cuando una pareja que lleva tres semanas saliendo te comunica que se van a vivir juntas y a ti no te queda más que felicitarlas con alegría e ilusión; tienes cuernos, tienes tríos, tienes croquetas, tienes jamón, que qué es lo que tienes que tienes de tó. Para todos los públicos, en definitiva.
[youtube=http://youtu.be/WB7D2d74AVU]
Y si ahí ya pensabas que te estaba empezando a hartar tanto dramatismo… es cuando llega el momento de las rupturas. Te acuerdas mucho de Ella Baila Sola (no sólo por lo de las rupturas accidentadas, sino por eso de “si nada es tuyo, nada es mío, cómo repartimos los amigos”), tienes que ayudar en mudanzas (¿habrá alguien en esta vida que haga más mudanzas que una bollera?), te toca aguantar lágrimas y más lágrimas, y tienes que ir a apagar el incendio que ha causado la ex de tu amiga (demos gracias por que de momento sólo de forma figurada).
El momento en el que te das cuenta de que el bollodrama es lo peor.Y ahí te das cuenta de que el bollodrama es mucho más divertido en televisión.