El escarnio público al que está siendo sometida Amber Heard en los últimos días está siendo vergonzoso y repugnante, y deja bien claro que vivimos en una sociedad todavía profundamente machista en la que nos queda mucho por avanzar.
En una pequeña recapitulación de los hechos, Johnny y Amber aducen diferencias irreconciliables y comienzan los trámites del divorcio, pero pronto sale la noticia de que Amber solicita, y le es concedida, una orden de alejamiento alegando malos tratos, físicos y verbales durante toda su relación, siendo la punta del iceberg un golpe que Depp le propinó con su teléfono la semana pasada. La opinión pública y los medios no tardan en tomar posición, del lado de él, claro. En el mejor de los casos manifestando su apoyo a Johnny Depp y aduciendo la presunción de inocencia, y en el peor sugiriendo que sólo busca fama, que es una cazafortunas, manipuladora, mentirosa y una sarta de adjetivos que siguen la misma línea.
Resulta curioso que de la presunción de inocencia nos acordemos poco, y además de poco, sólo cuando nos interesa. Cuando el político de turno mete mano en la caja bien que somos los más rápidos del oeste y nos convertimos en ser juez y parte antes siquiera de que quien tiene competencia en el asunto pueda siquiera abrir la boca. Cuando se trata de un caso de violencia de género, y más si el involucrado ha sido Eduardo Manostijeras, Willy Wonka y Jack Sparrow, sin embargo, no tardamos en esgrimir como si no hubiera mañana el artículo 11 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Que está muy bien, oye, que me alegra que os pongáis tan del lado de la ley, que es lo que hay que hacer, y es que nadie puede ser considerado culpable hasta que no haya una sentencia judicial firme de por medio, pero es que huele un poco.
A Amber Heard le han concedido una orden de alejamiento, lo que desde luego no es un sentencia judicial y por tanto, en ningún caso, supone considerar a alguien culpable de nada, para eso está el posterior proceso judicial. Tras la investigación, se presentarán las pruebas de cargo y descargo oportunas, las partes realizarán las alegaciones que crean convenientes y blablabla. Con base a eso, el juez dictará la sentencia, condenatoria o absolutoria, que considere justa. Pedir una orden de alejamiento no es como ir a la charcutería a por mortadela, donde pides número y esperas turno. No se requiere prueba plena, pero sí indicios fundados de que se ha cometido un hecho delictivo contra la víctima y de que, además, existe una situación de peligro para ella. O sea, que el juez algo raro tuvo que ver ahí para dictar lo que dictó, si alguien sabrá cómo hacer su trabajo será él y no nosotros. Aún así, esto sigue sin parecer suficiente para apoyar a Heard y plantearnos que puede que esté diciendo la verdad. Heard, por cierto, ha prestado ya declaración ante la policía.
De nada sirve legislar, dotar de más medios a la justicia, especializar profesionales y las campañas de sensibilización de la ciudadanía cuando nos comportamos de esta manera frente a la violencia de género. ¿Para qué denunciar si nadie te va a creer? Ese es el mensaje que se está transmitiendo. Además de que todo esto sirve para dar alas a esa idea de que las denuncias falsas por malos tratos son verdaderamente un problema (mentira cochina) y de que las medidas para luchar contra la violencia de género son un instrumento pensado para destrozarle la vida a los hombres y dejarlos sin un duro.
Y luego nos preguntamos por qué no denuncian.