“Ais…”, suspiras, “la Navidad”.
La Navidad se acerca y tú quieres enamorarte y salir a la calle a ver las luces y morir, todo en un mismo segundo.
Porque sí, la Navidad es muy bonita porque puedes revisionar Love Actually (la versión extendida, con escena lesbiana incluida) y Rosas Rojas, que no está ambientada en la Navidad, pero salen todos muy abrigados y lo parece.
Pero a la vez es horrible porque está plagada de comidas y cenas en familia en las que sabes que lo vas a pasar muy mal con preguntas incómodas, comentarios homófobos y turrón del duro.
Así que aquí va un manual de supervivencia que, muy probablemente, no te servirá de nada:
El outfit
Siempre dudas qué ponerte en estos casos.
Si vas con vaqueros y un jersey porque vas a estar en familia, te miran mal por ir demasiado desaliñada (“se dice casual, tía Mildred”, contestas).
Si vas arreglada y te pones tu americana y tu camisa, tu madre se queja por haberte quedado a medias con el look (“Te podías haber puesto unos pendientes o algo”. Algo femenino, dice sin llegar a decir tu madre).
Si te pones falda es demasiado larga, o demasiado corta, o la tienes arrugada.
Maquíllate algo, pero tampoco te pases, que pareces una pu… erta.
En fin, te van a criticar por cualquier cosa así que ve con lo que te sientas más cómoda (la noche va a ser larga), y olvídate.
El regalo
Los días antes tanteas a tu madre para saber qué le puedes regalar (de tu padre pasas porque sabes que le va a caer la cartera de todos los años).
Pues bien, te acercas a tu madre toda mimosa y le preguntas: “¿Y tú qué quieres para Navidad?”. Lo haces todos los años, pero parece que se te olvida la respuesta de un año a otro. Ella te mira de arriba a abajo con pena: “Lo que yo quiero no lo puede comprar el dinero”. Y ahí se queda. Y tú tampoco insistes porque sospechas que ella quiere una hija hetero, o un nieto o, como mínimo, una nuera que sea más femenina que su hija.
Mejor opción: regala flores. Una flor de Pascua (que ella mirará con pena igualmente y acompañará la mirada con un “no tenías que haberte molestado. Si se me va a morir…”).
El menú
La comida, tan opulenta siempre en Navidad, con la que se podría alimentar a todas las fans de Malú a la salida de un concierto en Madrid, es otro bache en nuestro camino para una Navidad sin sobresaltos.
Madre se acerca a la mesa: “Hay lubina y cordero, ¿qué preferís?”.
Y entonces pueden pasar tres cosas:
- Que tu primo Paco salte: “la prima prefiere el pescado, juajuajua”, para mayor vergüenza familiar.
- Que tu madre se te acerque y te pregunte: “¿carne o pescado?”, y se ponga colorada como un tomate cuando cae en el doble sentido de la disyuntiva. Tú temes decirle que pescado, porque realmente te apetece la lubina, pero temes que se lo tome a mal, así que acabas diciendo: “Un poquito de los dos”, para mayor alivio de tu madre. Como la señora que te parió no entiende el concepto “poquito”, acabas comiendo el doble. Lo que nos devuelve al punto del outfit: ve cómoda.
- Las dos anteriores.
La sobremesa
Con el botón del pantalón desabrochado y resollando tirada en la silla, llegas a la sobremesa. La conversación se anima, el champán y el vino fluyen por las venas, y el azúcar del turrón aligera la conversación. De repente, todo vale. Al que tiene un hijo le preguntan para cuándo la parejita. A los que no tienen ningún hijo, le preguntan que cuándo se animan. A los que no están casados, les preguntan si piensan hacerlo (mientras de fondo, tus tíos discuten por cualquier nimiedad).
Los ojos de tía Mildred se posan en ti: “¿Y tú qué? ¿No piensas echarte novio?”.
La tensión del ambiente está más tensa que no se puede cortar ni con el cuchillo que hace unos instantes ha partido como la mantequilla el turrón duro. Tu madre te mira. Tía Mildred te mira. Tu primo te mira. Tus tíos siguen discutiendo.
Tú sopesas la posibilidad de salir del armario ante la tía Mildred. Ha sobrevivido a su hermana pequeña (tu abuela), a su marido, a una guerra civil encarnizada y a una posguerra todavía más encarnizada, pero crees que decirle que te gusta más la lubina que el cordero podría matarla.
Una gota de sudor resbala por tu sien.
Además, no entiendes por qué debes ocultarlo, por qué tu madre sigue empeñada en hacerte sentir culpable, por qué tu primo sigue haciendo bromas de conejos, bollos y pescados delante de ti, por qué toda la familia sigue haciendo una bola de algo que debería darles igual.
Abres la boca para hablar: “Es que a mí… Yo soy… ¿Sabes esto que…?”, pero no acabas ninguna frase.
Tía Mildred te sigue mirando a los ojos. Piensas que si ve Seis Hermanas, igual podría entenderlo mejor.
“Tía, ¿tú ves Seis Hermanas? pues yo soy Celia”.
“¿Celia? No, tú te llamas Nico (o Ana, o Martina, o Eulalia o “inserte aquí su nombre -a no ser que sea Celia, claro”…)”, dice, y después de un momento de silencio, concluye: “¿Me pasas un mazapán, cariño?”.
El aire vuelve a circular por la habitación y tú respiras tranquila porque podrás ocultar a tía Mildred que eres lesbiana… un año más.
Un año más, lesbiana; como si también se cumplieran años en este aspecto.
Un año, más lesbiana; porque estos últimos 365 días te han curtido.
Lesbi Christmas y Feliz Lesbiaño a todas 🙂