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Marzo de 2017, veo en la tele autobuses LGTBfóbos aparcados delante del Stonewall Inn. En Francia, candidatos a la Presidencia de la República quieren anular mi matrimonio e impedir que las parejas homosexuales adopten a su propio hijo. Denuncian leyes que son el fruto de un “lobby gay”, no entienden por qué pedimos protección para los transexuales, por qué pedimos el matrimonio. Lo ven como una pantomima, queremos “imitar a los heterosexuales” y atacamos el verdadero matrimonio, entre un hombre y una mujer.
Hojeo una revista y me entero de que en Taiwan van a abrir el matrimonio a todos. Todo aquello ocurre a duras penas, con manifestantes en contra que predicen el fin del mundo, nada menos.
Sigo con la lectura del artículo y entonces leo la historia de Tseng y Jacques.
Me pongo a llorar al enterarme de su historia.
Jacques Camille Picoux se mudó a Taiwán en 1979. Era un pintor y un profesor universitario apreciado.
Era pareja de Tseng Ching-Chao.
Fueron pareja durante treinta y cinco años.
Se amaron, vivieron juntos, compartieron todo lo que una pareja puede compartir. En lo bueno, en lo malo. Supongamos que fueron felices para quedar juntos 35 años. No estamos en la intimidad de dos seres, no conocemos su día a día, pero lo vamos a suponer. Una pareja como las demás, o casi.
Llega el cáncer. Tseng Ching-Chao tiene un cáncer que resiste a los tratamientos. Sabía que iba a morir y deseaba dejar por lo menos sus bienes a su pareja.
No pudo ser: no estaban casados y su relación no tenía ningún tipo de protección legal.
Jacques no quería que su pareja sufriera, les pidió a los doctores que no le reanimaran cuando cayó en coma.
No le hicieron caso, escucharon a la familia y le reanimaron.
La familia de Tseng Ching-Chao se repartió sus bienes, la casa que habían compartido. Jacques no tenía derecho a nada. En efecto, Jacques no era nada, no tenía existencia legal. Todo lo que había construido con su pareja no tenía ex.
El 17 de octubre del 2016, un año después del fallecimiento de su pareja, Jacques fue encontrado muerto fuera del edificio residencial en el que vivía en Taipéi. A raíz de su suicidio, el pulso a favor del matrimonio igualitario ha ido creciendo. Esperemos que sea aprobado al final.
No queremos que nos “toleren”. Queremos los mismos derechos, casarnos o no; adoptar o no. Queremos protección y protocolos para las personas transexuales y mucho más.
Queremos ser reconocidos como individuos de pleno derecho y no como personas meramente “toleradas”.
No olvidemos a Jacques y a Tsheng y tantas otras personas LGTB+.
.-Stéphanie