Podéis enviar los textos (preferiblemente que no incluyan ninguna imagen) a la dirección de correo que figura en el banner, con el asunto “La croqueta libre”. Los textos se leerán para escoger, pero no se editarán. Es decir, que si tu texto se ajusta a la temática de la web, lo publicaremos, pero sin corregir las posibles faltas. Los textos deben ir firmados con nombre o seudónimo. ¡Ah! ¡Y un título!
La verdad es que solíamos discutir prácticamente a diario. Las dos estábamos cansadas de tanto discutir, pero a la vez seguíamos ahí. Durante esos 3 meses salir con más gente era lo único que nos animaba un poco. El alcohol nos hacía valientes y nos atrevíamos a besarnos y a hacer el amor esa noche o, por lo menos hacerlo. Besos apasionados en los que necesitas parar para poder respirar mientras las manos recorren los cuerpos, o simplemente acarician. Sentir como empezaba a jugar con su boca en mi cuello, en mis pechos y con el resto de mi cuerpo mientras notaba que me agarraba con fuerza, sin querer soltarme. Eso es lo que más me gusta de ella. Pone ganas y se involucra hasta el fondo en todo lo que hace. He de decir que esa era una de las razones por las que discutíamos tanto, y es que nos parecemos TANTO. Todo nos lo tomábamos a pecho y todo era un mundo. ¿Te has acordado de decirle a la casera lo de la caldera? ¿Les has dicho a tus padres que al final mañana no voy a poder ir a comer? ¿Tan difícil es poner el lavavajillas cuando está lleno? Pues así era. Una buscando los defectos de la otra para recriminarle algo. Estábamos metidas en un ciclo sin fin del que queríamos salir y no sabíamos como hacerlo.
No sabía si estaba enamorada o que, pero aún así me encantaba mirarla mientras dormía (soy de las que se despierta antes de que suene el despertador). Sonreía mientras dormía y hacía unas muecas super monas. Podía estar horas observándola, esas 4 pecas que tan bien le quedan, apartarle el pelo de la cara, sus labios… Dios mío sus labios. Como me gustan esos labios, pensaba. Me moría de ganas de hacerle de todo, pero el orgullo ganaba. Me levantaba antes de que sonase el despertador y preparaba el café. Aún así, no era tan fría, volvía para apagarlo yo y la despertaba con un beso en la mejilla y un buenos días al que ella respondía con una sonría y repitiendo la misma frase. A las dos nos encanta el aroma del café, así que despertarse con él al lado era algo que le encantaba. A partir de ahí ya no hacíamos más de pareja, cada una se iba y nos veíamos por la tarde. Hartas del día a día y sabiendo que en casa lo que esperaba era la probablemente una discusión o un silencio algo incómodo. Como todos, también teníamos momentos de risa. A veces cuando nos reíamos y parábamos, nos quedábamos mirándonos, como esperando a que la otra hiciese algún tipo de señal.
Todos los días me planteaba dejarlo, pero no me hacía a la idea, no quería hacerlo. Ya habíamos pasado por otros baches, pero jamás como este. Un viernes salí a tomar algo y mi ex y yo nos encontramos sin saber como porque estaba lleno de gente. Una cosa llevó a la otra y nos quedamos hablando. Me preguntó como me iba con ella así que me esforcé al máximo en mentirle y decir que todo iba genial. No dio resultado, me conocía demasiado. Me recordó que me seguía temblando el labio superior cuando mentía. Ella seguía guapa, simpática y adorable como siempre. Derrochaba energía y su sonrisa era exactamente igual a la que me enamoró un par de años atrás. Estuvimos tonteando como adolescentes durante horas, hablando de su perro, mirándonos las pulseras y contándome las locuras a las que se había dedicado hace poco mientras yo me moría de la risa. He de decir que siempre supo hacerme reír.
Cuando volví a casa estaba leyendo. Mientras me desmaquillaba y me cepillaba los dientes antes de ponerme el pijama, me preguntó como había ido la noche. Le conté que fuimos a un bar y que estuvimos genial. Siguió leyendo sin decir nada. La verdad es que no lo pensé mucho. Me salió soltarle que había visto a mi ex. Supongo que una mezcla entre rabia y culpabilidad me hicieron perder los nervios. A eso le añadí que me hizo sentir como al principio, libre y feliz.. Al principio pensó que nos habíamos enrollado y recurrió a la tontería de que yo seguía enamorada de la otra pero por orgullo tras los cuernos (mas de 1, he de decir) no volvía con ella. Nos recriminamos tonterías durante al menos dos horas, hasta que nos hartamos y nos quedamos despiertas atrapadas en un silencio que nos daba miedo romper. La verdad es que era el momento idóneo para acabar con todo, pero ninguna lo hizo. Ahora caigo en que ese miedo era lo que me hacía aguantar. La quería, claro que la quería. Había pasado los mejores años con ella, no quería dejar todo eso atrás, y mucho menos a ella.
Empezó a llorar, como si ella estuviese pensando lo mismo, sin dejar que la abrazase o por lo menos la tocase y me hizo la pregunta. ¿Sigues enamorada de mí? Lo dijo lentamente, como con miedo a conocer la respuesta. En sus ojos noté que no estaba lista para escuchar un no, tenía miedo, y desvió la mirada como siempre hacía. Las cuatro palabras fueron como cuatro puñetazos que me fueron directamente al corazón. No podía creer que ella no lo supiese. Rompí a llorar mientras acercaba su cara a la mía apartándole el pelo y forzándola a mirarme repitiéndole el sí más rotundo que había pronunciado en mi vida. Claro que seguía enamorada de sus besos, de su forma de ser, de su forma de acariciar, de su marca de nacimiento en la clavícula, de ella, de todo su ser. Nos besamos y nos miramos. Hicimos el amor no se cuantas veces. Observándonos, susurrándonos, disfrutando del placer propio y del ajeno, frenando los gemidos de la otra con nuestras bocas o manos, lo que fuese. Fumamos y bailamos riéndonos mientras la música sonaba de fondo. No teníamos sueño. Queríamos recuperar todos esos momentos en una sola noche.
.-MG