Este año se cumple el bicentenario del nacimiento de la Brönte más molona de todas, Charlotte, y esto lo digo basándome en un argumento tan irrefutable como el “porque lo digo yo”. Charlotte fue la más prolífica de sus hermanas y la primera que llegó a la lista de best-sellers con Jane Eyre, que la encumbró también como una de las grandes novelistas románticas.
Jane Eyre es la historia de Jane, una institutriz que entra a trabajar en Thornfield, la casa del señor Rochester, y ha sido considerado como un libro adelantado a su tiempo por las cuestiones sobre religión, clases sociales, feminismo o sexualidad que toca.
Con motivo de tan importante celebración, pues una no cumple 200 años en tan buen estado de forma todos los días, se le preguntaron a algunas escritoras qué significaba Jane Eyre para ellas, entre ellas, Sarah Waters y Jeanette Winterson.
Para Sarah Waters (¿Todavía queda alguna croqueta en la sala que no la conozco y que no se haya leído su Falsa identidad?), es un must. Lo descubrió durante su adolescencia y ha vuelto a él en incontables ocasiones porque siempre tiene nuevas cosas que descubrirle (y tiene más razón que un santo).
Mi parte favorita es hacia la mitad, cuando Jane está en medio de una de sus muchas discusiones con el señor Rochester. “Crees”, ella le pregunta, “que porque soy pobre, oscura, simple y pequeña, ¿no tengo alma o corazón? Te equivocas”. Es una parte que captura todo el atractivo que el libro tiene para mí: Una pequeña, sin glamour, pero apasionada persona que pide igualdad, insistiendo en su derecho a sentir, a actuar, a importar.
La otra escritora que rivaliza con la Waters por el título de escritora más reconocida del mundo croqueta es Jeanette Winterson. Jeanette, que creció en una familia extremadamente religiosa, como cuenta en su fantástico ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?, recuerda no tener más libros en su casa que la Biblia y libros sobre la Biblia pero que, de forma inesperada, cuando era pequeña, su madre le decidió leer Jane Eyre.
Le debió parecer apropiado porque había un clérigo, St John Rivers, quien es un entusiasta del trabajo de los misioneros. (…) Mi madre leía en alto las páginas y se inventaba el texto espontáneamente con el estilo de Brönte. Años después, leyéndolo por mí misma, descubrí lo que había hecho. Fue una lección de valor incalculable para un escritor: Ninguna historia es definitiva.
Vía: The Guardian