Carmen Laforet (Barcelona, 1921 – Madrid, 2004) es uno de esos enigmas literarios con demasiados recovecos por descubrir. Unos de los intereses creados en torno a ella fue su relación modo croqueta con dos mujeres tan excepcionales como ella: Lili Álvarez y Elena Fortún.
Corren los años cincuenta y Laforet es reconocida por su novela Nada, ópera prima de la escritora catalana, ganadora de la primera edición del Premio Nadal. España le ha enseñado que tiene que casarse lo antes posible o se le pasará el arroz y se quedará para escribir novelillas, así que no tarda en comprometerse con Manuel Cerezales, un señor muy señor. Después de cuatro hijos y un marido cuyas críticas literarias no ayudaban demasiado, Carmen comienza a tener correspondencia íntima con Lili Álvarez, una atractiva tenista que maravilló a la escritora con su visión del mundo.
«Dime, quería mía, ¿cuál es la lógica de nuestra conducta?», preguntaba Laforet a Álvarez, buscando tal vez en ella un empujoncito para declararse croqueta públicamente y huir de esa vida tan extraña que no la motivaba ni a la de tres. A pesar de que la deportista y escritora Lili la animó a salir de aquello, Laforet no pudo abandonar su hetoronormatividad y se quedó embarazada de su quinto hijo, un hecho que destrozó por completo siete años de amistad entre ambas. «No me verás más. Adiós» fueron las últimas palabras de Lili a Carmen. Un croquedrama en condiciones, con su época de llanto, chocolate y evasión del mundo.
Pero ojo a la novelista, que probablemente se dijo a sí misma eso de «el muerto al hoyo, y la viva al bollo». Elena Fortún fue el amor de los amores que sirvió de alimento emocional para la sombría Laforet, quien le dedicó frases como «quiero volver a estar una tarde contigo, muchas tardes y mucha más rato del que hemos estado nunca…». Amor en estado puro, oigan. Ambas mantuvieron correspondencia muchísimo tiempo, siempre deseosas la una de la otra, con la misma tensión con la que una espera el tic azul de WhatsApp. La última carta que escribió Fortún a nuestra novelista fue una despedida antes la que Laforet se quedaba, de nuevo, huérfana.
Desentrañar el misterio es muy difícil y tal vez jugar al What if… que tanto adoran los ingleses es convertir una simple fijación en ciencia ficción, pero ¡qué bonito es pensar en ese amor tan místico y tan intenso, oigan!