Aviso con antelación de que las lesbianas que tengan amigas normales y que no sean unas zorras no entenderán de qué va esto. Las que, como yo, tengan un grupo de amigas formado por personas con la edad mental de un niño de cinco años, mi pésame y mi compañía.
Las personas que me conocen saben que soy una persona de buen comer (por decirlo suavemente). Eso quiere decir que me encanta el marisco. Locamente. Lo adoro. Quiero decir, la única ventaja que le encuentro a que mi familia sea una familia larga y extensa son las bodas, imaginaos el nivel.
*Apunte: lo mejor de las bodas es el marisco y el sorbete de limón, ¿sí o sí? (Y lo peor el pastel).
El caso: gambas, langostinos, camarones, cigalas, mejillones, navajas, almejas, langostas, bogavantes, centollos, nécoras, percebes… (Podría seguir, pero acabaría pareciéndome al personaje de María Esteve en El Otro Lado de la Cama, y no queremos eso). Adoro el marisco. De verdad.
Pero si ahora estuviera aquí una de mis amigas haría una broma sobre comer almejas. Y me he sonrojado escribiendo esto. Y ESO NO LO PUEDO SOPORTAR. No puedo.
Supongo que ayuda mucho el hecho de que yo sea fácil de incomodar y mi cara sea las risas cada vez que se meten conmigo, pero es que es francamente para pasarlo mal.
Os pongo en situación: domingo antes de comer, hora del vermú, pedimos una de berberechos; no tarda en llegar la broma sobre lo aficionada que soy al pescado y lo que me gusta el marisco. Obviamente yo enrojezco hasta la raíz del pelo y ya he hecho que esta gente tenga un día feliz. LAS ODIO.
Esto en sí no sería tan problemático si además de tener unas amigas que son unas hijas de puta no tuviera unos familiares que son igualmente graciosos. (Y sólo os recuerdo lo que se come en Navidades y con quién se celebran tan señaladas fechas y el montón de bromas que se pueden hacer cuando chupas las cabezas de los langostinos.)
Os doy permiso para que os compadezcáis de mí.
Como colofón, os diré que mis amigas de la universidad son igual de malas zorras que las del colegio y que en mi cena de graduación pusieron como entrantes almejas. Risas aseguradas con la pobre lesbiana como víctima.
Y ya para que me nombréis oficialmente la lesbiana más desgraciada del mundo, os contaré que comparto piso con bolleras que creen que ese tipo de bromas son graciosas, así que imaginad lo que es comer en esta casa conejo, tortilla, melón, higo, bollos o cualquier otra cosa semejante: voy a adelgazar sólo por los alimentos que intento no comer para no dar pie a bromas. ME VEO OBLIGADA A HACER UNA DIETA HOMÓFOBA. EN MI PROPIA CASA.
Acabáramos.
**Otra cosa que odio de ser lesbiana es que recibes todas las bromas del mundo por comer pescado y marisco pero no te libras de las bromas al comer Calippos y plátanos. ¡QUE ALGUIEN ME LO EXPLIQUE!