Supongo que la mayoría habréis escuchado eso de: “Regla número uno: nunca te enamores de una hetero.” Creo que fue una de las primeras cosas que me dijeron cuando salí del armario. Tengo la sensación de que es uno de esos consejos que se dan y luego nadie cumple. Es como un “deberías dejar de fumar” mientras piensas en tu siguiente pitillo o como aconsejar a alguien hacer dieta mientras te comes una hamburguesaca llena de aceite y grasa.
Pues esto es un poco parecido: todo el mundo te aconseja que no te acerques a las heteros pero luego a todo el mundo le encantan. Es uno de esos casos en los que no sabes que viene primero: ¿te encantan porque sabes que no debes acercarte a ellas o no debes acercarte a ellas porque te gustan demasiado? LOS MISTERIOS DE LA VIDA.

El caso es que tú estás ahí, concienciada y con las ideas claras: HETEROS NO, HETEROS NO, HETEROS NO. ¿Y cuál te acaba gustando? LA HETERO. SIEMPRE.
Como diría Mourinho: ¿POR QUÉ?
¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ? ¿POR QUÉ? ¡¡¡NO!!!
Pero sí.
Esto es algo que siempre pasa. Está diseñado así y es lo que hay: si hay una hetero en la habitación probablemente será la que primero te llamará la atención.
El primer paso es la aceptación.
Y claro, lo que viene después es llorar por las esquinas y OHDIOSMÍONOMEQUERRÁNUNCA (SPOILER: ¡eso es lo que pasa cuando te enamoras de una hetero!) y en definitiva ser un poco una pobre alma en desgracia.
Pero todavía puede ser peor: después de pasarlo mal y fatal y peor todavía… TE CORRESPONDE. Todo es gozo y felicidad y hay un arco iris gay en el cielo y tú crees que tanto sufrimiento ha merecido la pena.
ERROR.
Normalmente la cosa empieza porque tu enamorada siente “curiosidad”. Todas hemos escuchado frases célebres como “siempre he querido probar”, “no soy lesbiana pero tú me atraes”, “nunca había sentido algo así antes”, “me haces plantearme cosas”. Y tú, que por si no había quedado claro hasta este momento, ERES GILIPOLLAS, encima te sientes halagada. Te dice cosas como que la única mujer que realmente le gusta eres tú y que vayáis poquito a poco, PERO VAYÁIS.
Y bueno, a ti como si te dice que vayas a China y vuelvas. Lo que ella diga. Donde ella diga. Como ella diga.
Estás ya total e irremediablemente perdida.
Lo que ocurre después es ya otro clásico: “es que no estoy segura”, “no, yo sigo siendo hetero”, “no sé si me veo con una tía toda la vida”, “es que yo cuando me imagino en el futuro me veo con un hombre” y un largo etcétera.
No importa que el tiempo que llevéis juntas, ni la intensidad de la relación, ni que no salgáis de la cama durante días enteros, SIEMPRE LLEGAN LAS DUDAS.
Y así te das cuenta de que lo peor que te puede pasar no es enamorarte de una hetero, es tener una relación con una.
Y llega LA RUPTURA.
De por sí una ruptura entre dos tías ya es EL DRAMA, no nos engañemos. Pero cuando rompes con una hetero (o una hetero y sus dudas rompen contigo, no nos engañemos), eso es EL APOCALIPSIS.
Porque nunca es una ruptura definitiva.
O sea, tú crees que lo es. Lo que pasa es que crees que es la ruptura definitiva MUCHAS VECES. (Y déjame decirte que las rupturas definitivas no funcionan así, se rompe definitivamente una vez, no más).
Rompéis. Una y otra vez. Una y otra vez. Pero tú la echas de menos y ella realmente te quiere lo que pasa es que tiene tantas dudas, lo pasa tan mal con aceptarse a sí misma, prefiere sufrir ahora que toda una vida pero ella te sigue queriendo, y más excusas que ella se encarga de darte y tú de usar para perdonarla.
Varias veces. Muchas veces. Más de lo que es sano.
Por eso cuando por fin consigues liberarte de esa relación y te das cuenta de que HETEROS NO, HETEROS NO, HETEROS NO, te dedicas a recordar a toda recién iniciada la regla número uno: “nunca te enamores de una hetero.”
Y sabes que no te van a hacer ni puto caso y acabarán hasta las trancas de la primera hetero que se les acerque demasiado.
Así que sólo te queda rezar para que la hetero sea hetero de verdad y no sea una heterocuriosa y para que, por favor, por favor, POR FAVOR, no sea ninguna de sus amigas.