En el episodio anterior:
Isuke y Banba deciden aunar fuerzas para destruir a nuestras dos heroínas.
(¡Vamos atrasadas! Pero este fin de semana nos pondremos al día, no os preocupéis 😉 )
Dos pasados son los que nos muestran en el episodio nueve: El de Tokaku ya nos lo esperábamos: Heredera del clan de los Azuma, su madre se da cuenta de que no quiere que siga sus pasos y acaben sus manos manchadas de sangre.
La maldición de Tokaku es culpa de su tía, que decidió montarle un juego psicológico a su sobrina antes de que la abuela Azuma tomara cartas sobre el asunto.
La pregunta es, cuánto tiempo puede tardar nuestra protagonista en superar dicha barrera psicológica antes de que Isaku se la meriende.
Pero lo que realmente es impresionante de este episodio, lo que devuelve a la serie a un cauce interesante y hasta enganchante, es la originalidad de la “pelea” entre Shin’ya y Haru.
A primera vista, Haru no tiene nada que hacer, pero como sabes que no va a morir (no seremos TAN originales) tienes curiosidad por saber qué se sacaran de la manga.
Podría parecer difícil de creer las maniobras del móvil, o la puerta vayan a dar resultado, pero si uno piensa en lo que haría en la situación de Haru, tienen bastante sentido. Y son ataques tan ridículos que ni Shin’ya se los puede esperar.
Mientras arañamos el sofá con la persecución en la sala de cocina, nos presentan los flashbacks más inquietantes de todos los pasados hasta la fecha.
Ninguna de las historias de las asesinas hasta ahora es tan chunga y te pone los pelos tan de punta como la de Mahiru. Ni inmortales, ni orfanatos de asesinos ni hostias. Son todo niñas pequeñas en pañales en comparación con el trauma que debe llevar esta chica encima.
Por alguna razón que se nos escapa, Tokaku cree que mirar el nuevo acertijo de Kaiba es un movimiento adecuado cuando Isuke la tiene contra las cuerdas.
Después de las originales estrategias de Haru, la nulidad de Tokaku se hace más que patente a cada momento. A Isuke parece costarle bien poco acorrarla contra una pared de cristal y lanzarla al vacío.
Cuando Haru tiene que enfrentarse a Shin’ya en la sala de proyecciones estás ya al borde del asiento, preguntándote si al final vas a tener que preocuparte. Pero ooooh es Isuke la que aparece y encima para mofarse de la otra asesina y ser mala mala malísima de las que te revientan mucho. Isuke no mola en esta escena, hay que decirlo.
Por supuesto, ha hecho falta que le den hasta en el carnet de identidad a Tokaku para tener la epifanía que necesitaba sobre su pasado: Que la maldición no era sino para protegerla, y que ahora que tiene una persona especial puede dar rienda suelta a su capacidad de asesinato.
O algo así, pero más bonito. La verdad es que una está más pendiente del momento raruno de conversaciones filosóficas y abrazos con la madre desnuda. Tantos issues, tan poco tiempo.
Mientras tanto Isuke se divierte torturando mentalmente a Haru, que se aferra al trozo de móvil que le queda de Tokaku con desesperación. Y una vez más, en vez de ir al lío y matarla se dedica a hablar y hablar y hablar. La versión 2.0 de Tokaku no sólo llega para salvar el día, es que ya hasta sonríe cuando gira las tornas contra Isaku: Ya no mata porque no pueda, sino porque no quiere.
Que bonito momento entre Haru y Tokaku, abrazandose y siendo tan novias que da hasta rabia que no nos den más chicha. Haru se la mira con ojitos de cordero degollado mientras pasean bajo la luna llena.
Y antes de un ending poco memorable de Isuke, Tenshi no Smile, tenemos el famosísimo cuerpo de Nio, que tanto horrorizara a Otoya en su día.
Sinceramente, ¿Cómo de horripilantes pueden ser los tatuajes de dos gallos? No está bien dejarnos con la intriga Diomedea.
http://youtu.be/iewNvFK58So